«Me conmueve que un grupo de adolescentes le hayan ayudado. Quizá tengan más intuición y sensibilidad para darse cuenta de que un ser humano está desesperado». María del Mar Torregrosa, una madre de Sant Joan, está orgullosa de cómo actuaron su hija y varias amigas -Cristina, Alba, Diana e Imen-, todas de 17 años, cuando se fijaron en un hombre que lloraba en la puerta de una entidad bancaria junto al Mercado Central de Alicante. Era un inmigrante rumano al que presuntamente habían estafado en su trabajo como temporero, para el que hicieron una colecta con sus ahorros, entre sus amigos, y en los comercios de Sant Joan.

«Lo vieron en un rincón, llamándoles la atención su desconsuelo (...). Al final decidieron acercarse, hablaron con él intentando consolarle y le compraron una botella de agua para que pudiera tomarse sus medicinas». El hombre, Adrian Nicolae Manea, un ciudadano de Brasov, muy cerca de Transilvania, en Rumanía, les contó (con las palabras que decía haber aprendido gracias a las telenovelas que veía en su país) que llegó hace tres meses por la falta de recursos, atraído por un anuncio de internet para trabajar en el campo de Elche. Allí, siempre según el relato que dio a las chicas y a sus familias, trabajó para un empresario que no le hizo contrato entre abril y junio, y que desapareció sin pagarle un euro. Tras acudir a comisaría, acabó en un centro de transeúntes de Elche donde, según les explicó, mientras dormía le robaron una maleta con sus pertenencias. Acabó durmiendo en un cajero de Alfonso El Sabio.

«Había pasado tres meses trabajando en el campo, durmiendo en el suelo y sin cobrar. Le robaron hasta el móvil», apostilla María del Mar Torregrosa, quien al día siguiente se desplazó al centro de Alicante a buscarle con su hija y las demás chicas. «Nos enseñó la documentación, fotos de su familia, el anuncio de internet... Nos dio mucha pena porque tampoco podía denunciar a nadie ya que el el empresario (que le dijo ser búlgaro) no le dio el nombre correcto. Adrian se vino de Rumanía con un stent cardiaco recién puesto, y toma medicación para el corazón y el hígado. Estaba agobiado por la situación y las niñas se dieron cuenta».

Tras acudir a diversas entidades y obtener solo un bocadillo, cuenta disgustada la madre, estos ángeles espontáneos le dejaron dinero para hablar desde un locutorio con su familia y que le mandaran dinero para el pasaje. «Adrian tiene un hijo de 10 años y otro de 20 años que trabaja como mecánico, gana 200 euros al mes y mantiene a la familia. Fue el hijo el que vio el trabajo para su padre en Elche por internet. Se supone que en tres meses ganaría el doble que lo que su hijo gana en todo el año, y se vino». La familia no podía costearle el billete, así que las chicas decidieron salir a la calle a hacer una colecta para recoger el dinero necesario y se citaron con Adrian el lunes por la mañana en la estación de autobuses. Cuando llegaron, se encontraron allí con otras Sandra, de Paraguay; Nasrine, de Argelia, y un amigo, también muy jóvenes, que repararon en el inmigrante rumano y ya le habían comprado el billete.

«Los 80 euros que habían recogido las chicas se los dimos en mano pese a que no quería aceptarlos». También se llevó una maleta que le llenaron de ropa y productos de aseo para su familia.«Se le veía muy buena gente, tenía miedo de que le hicieran algo en la calle y por eso se metía en el cajero, decía que se sentía seguro porque tiene tres cámaras de vigilancia. Cuando cogió el autobús no se lo creía».