Javier Jiménez se había ganado el puesto en el hueco libre de San Miguel por propios merecimientos. Su inclusión en el ciclo otoñal no respondía a los habituales manejos de la política taurina y se apoyaba, definitivamente, en una ilusionante progresión que tuvo su cenit en la plaza de Las Ventas. Morante era el único superviviente del cartel original pero la empresa había sabido coger el pulso del aficionado al escoger al joven matador de Espartinas y al murciano Paco Ureña que sustituyó, por su parte, al esperadísimo paladín peruano Andrés Roca Rey.

En esa tesitura, Jiménez sólo podía salir a ganar y, afortunadamente, tuvo delante el único ejemplar potable del decepcionante envío de Alcurrucén. Pero Javier encontró toro en todas partes sin importarle su carácter remiso que rompió a bueno en el último tercio. El nuevo valor de la cantera sevillana se puso a torear desde el primer muletazo.

El torero lorquino Paco Ureña era el segundo espada del cartel que, sin toros a favor, también mostró su excelente momento. Su primero fue un animal protestón que se quedó corto en todos los viajes y echó la cara por las nubes. El quinto tampoco puso las cosas fáciles pero a ambos los toreó mucho mejor de lo que merecían, poniendo calidad donde sólo había aspereza. Su papel también sale revalorizado de Sevilla.

Y la estrella del cartel era, indiscutiblemente, ese Morante que sigue arrastrando su mala estrella en los sorteos cada vez que se anuncia en la plaza de la Maestranza. El caso es que llegó a torear con pulso y mimo al soso ejemplar que saltó en primer lugar pero su falta de fondo abortaba cualquier atisbo de emoción. El panorama no mejoró con el cuarto. Después de unas breves probaturas se marchó por la espada..