Como en un rompecabezas, todas las piezas empiezan a encajar. Pocos dudan ya de que el penúltimo obispo de Mallorca, Javier Salinas, separado ayer por el Vaticano de su cargo al frente de la diócesis mallorquina, mantuviera una relación cuando menos impropia de su cargo con la que fue su secretaria de relaciones institucionales, Sonia Valenzuela. Una relación que a la postre ha sido el detonante que ha provocado su fulminante apartamiento como cabeza visible de la iglesia mallorquina.

Las pruebas presentadas por una agencia de detectives contratada por el marido de la exsecretaria, Mariano de España, tras constatar éste un vínculo demasiado estrecho entre el prelado y su consorte, han sido el peso definitivo que ha hecho inclinar la balanza en la decisión de Roma.

Entre las pruebas se encontraba la siguiente secuencia, ocurrida el 25 de octubre de 2015. Los detectives grabaron ese día a Sonia Valenzuela llegando al Palacio Episcopal en torno a las siete de la tarde. Tras estacionar su vehículo en las cercanías y sin apearse de él, la todavía secretaria del obispo aguarda pacientemente. No espera mucho. Quince minutos después, a las siete y cuarto de la tarde, llega el propio Javier Salinas en otro vehículo conducido por su chófer oficial.

El prelado se baja y se despide del conductor en el zaguán del Palacio antes de entrar y cerrar él mismo la puerta. Tras dejar pasar un tiempo prudencial, el propio Salinas vuelve a abrir la puerta de acceso al Palacio y franquea la entrada al vehículo de Valenzuela, que abandona el recinto episcopal a las diez de la noche tras haber pasado cerca de dos horas en solitaria intimidad con su superior.

Estas visitas nocturnas, en las que el propio Javier Salinas abría la puerta tras percartarse antes de que no había ningún testigo indeseado por los alrededores, se repiten diariamente durante los días en los que la pareja fue seguida por el equipo de detectives.

Otra prueba concluyente fue el listado de llamadas de Valenzuela al móvil particular del obispo: De julio a octubre del año pasado mantuvieron hasta 145 horas de conversaciones telefónicas, algunas ellas a las dos de la madrugada y a veces de hasta 70 minutos de duración. Algo difícil de explicar teniendo en cuenta que se trata de dos personas que habían estado todo el día trabajando juntos.

Pese a que la propia afectada atribuyó todo este asunto a la "celotipia" de su marido "con el concurso, probablemente, de algún elemento externo interesado en perjudicar gravemente al obispo" y de que no exista ninguna fotografía que muestre a ambos en una actitud explícita de cariño, hay otros hechos que inducen a pensar lo contrario.

Como la llamativa complicidad que ambos mantenían en sus relaciones laborales y que no pasó desapercibida a nadie - "¿Ves lo poco que me quieres?", le recriminó la secretaria al obispo cuando este le comunicó que se iba a una Conferencia Episcopal en Madrid-.

O el hecho de que ambos se intercambiaran dos alianzas con sus iniciales -lo justificaron por su pertenecia a un grupo de oración conformado solo por ellos dos-, o las veces que el prelado ha sido pillado en renuncios: Negó dos veces que fuera llamado al Vaticano a tratar esta cuestión y olvidó decir que viajó a Washington con su colaboradora para asistir a la misa en la que el Papa Francisco proclamó santo al petrer Juníper Serra.

"Usted ponga orden en su casa que yo ya la he puesto en la mía", le instó al nuncio apostólico en Madrid el marido de Valenzuela tras intentar arreglar de manera infructuosa este entuerto sentimental con el propio Salinas. Y ha tenido que ser finalmente el Vaticano el que intente acabar con una relación aún vigente que ya ha roto un matrimonio.