La vigésimo séptima edición de la Espiga de Oro está marcada por la falta de juego de los novillos, aunque su presentación está siendo excelente. También está teniendo más cambios que en un partido amistoso de la selección y están sonando más avisos que pañuelos dejados caer por el presidente para conceder trofeos.

Abrió plaza ayer Manuel Ponce ante un novillo de preciosa capa con cuatro años cumplidos. Demostró ser un novillero que quería hacer las cosas bien desde un principio, sacando una pizca de ese gracejo que llevan todos los andaluces dentro. Se lució con el capote en vistosas verónicas hasta ser desarmado, posteriormente con la muleta insistió por ambos pitones sufriendo las molestias del viento, ante un rival que no dio juego, estando ´cansoso´ en la conclusión de la faena. Concluyó con estocada contraria.

Si el cuarto novillo de la tarde sale en Las Ventas hasta el ´Siete´ le hace palmas, pero después... nada, imposible. Durante toda la faena estuvo repasándole los pulmones al joven gaditano. Ponce se tuvo que contentar con una faena de aliño, de las de antes, aunque mostró maneras. Finalizó con dos pinchazos, media trasera y descabello, tras un aviso.

Nada que objetar al empeño, la entrega y la voluntad de Juan de Castilla, que se topó con un novillo que desde el primer minuto no embestía a pesar de nobleza y hechura. Destacar tan solo un circular que tuvo recorrido, lo demás todo lo intentó el colombiano de su cuenta, que en el año 2013 se alzó con la Espiga de Plata. Concluyó con pinchazo y estocada que terminó con ovación y saludos desde el tercio.

Bajó las manos con el capote, el colombiano al recibir el quinto, que buscaba con más codicia que su hermano la muleta, entraba repartiendo estopa por ambos pitones, dejándose torear un poco más por el pitón izquierdo. Juan de Castilla no se descompuso e intentó seguir toreando incluso con molinetes.

Entró a matar de manera tremendista dejándose voltear por el novillo sin mayor consecuencia. Concluyó con dos pinchazos y estocada. Recibió un trofeo que el público solicitó por su arriesgada acción al entrar a matar.

Por el ojo de una aguja de hacer ´punto ojal´ cogían los pitones del tercero de la tarde, de lo astifinos que eran. Ahora yo me preguntó «¿cómo se torea a un toro parado y que entra dando cabezas y tornillazos a cada paso...?, que alguien me lo pase a limpio». El joven francés le puso todas las ganas del mundo, llevándose por unos preciosos delantales al novillo hasta el caballo. Con la muleta lo intentó de todas las maneras posibles consiguiendo arrancar los primeros olés de la tarde, realizando una faena de poder cerrada con una gran estocada consiguiendo un apéndice de su rival.

Con una larga cambiada recibió Adrien Salenc al que cerraba plaza, que salía suelto hasta que el novillero se puso en el sitio donde se sujetan los toros, en los medios. En el tercio de banderillas, José Mora se negó a desmonterarse a pesar de la insistencia del público y de su matador.

Inició la faena de muleta de rodillas, queriendo agradar y triunfar en la plaza de La Caverina, pero de nuevo y siguiendo el tono de todo el encierro, se topó con un novillo parado que entraba dando tarascadas y buscando el cuerpo del novillero. Concluyó la faena con tres pinchazos y estocada, tras aviso, saliendo trompicado en el segundo intento. En resumen: en este cuarto festejo ni la caída de la noche eliminaron los bostezos, aunque no faltó la voluntad, entrega y ganas de los novilleros.