Estábamos en Murcia, pero teníamos la mente puesta en Sevilla. Era La Condomina y respirábamos Maestranza. Acudía el público a la llamada contra la maldita enfermedad del cáncer y a orillas del Güadalquivir, un torero salmantino, recién salido del trance, hacía el paseíllo junto al carmelitano Rafaelillo, que sufrió en persona el drama de perder a su hermano Joaquín en las garras de la misma enfermedad.

Gran entrada en los tendidos y lección aprendida para la primera parte el festejo: Galán, el rejoneador de la Casa Bernal; estético, con buena cuadra y ortodoxo en los quehaceres. Ponce 26 años después, juncal de figura y con más pelo que en sus comienzos (milagro o técnicas de la ciencia capilar). El Cordobés que tras su reconocimiento judicial de paternidad, se echó al monte de buscar en el Sol, el reconocimiento a sus aspavientos; le costó encontrar el momento de sacar el salto de la rana a relucir, pero lo consiguió. Y el granadino ´El Fandi´ que se lució en el capote, alardeó de facultades en banderillas -primero al cuarteo, segundo con la moviola y tercer par al violín- y manteó groseramente con la muleta a su oponente. Parafraseando a Lorca: Qué gran serrano en la sierra -esquiando- qué tierno con los garapullos y que bestia con la pañosa -perdón por la licencia-.

Y tras el descanso «otros López». López Simón nos despertó del letargo aprendido y nos puso las pilas ante un novillo con más movilidad -parecía que había llegado el AVE sin soterrar- y toreando con las dos manos, de perlas. El cornúpeta se echó al tercer pase por alto, pero el de Barajas lo mimó y supo sacar faena de verdad. Sin pases a la galería, ni saltos de la rana; y sin mendigar aplausos vacuos, haciendo lo que debe un torero: tapando los defectos del toro y dando fiesta a los tendidos y a los entendidos. Tomen nota.

Y llega el turno de Antonio Puerta. Disminuido de facultades a pesar de la infiltración, por la cogida de hace quince días en Cieza. Puerta brindó su faena a El Cordobés (ojalá le sirva el monterazo). Y se metió en una interminable faena en la que el toro tuvo que decir ¡Ya basta! Lo zarandea malamente en dos ocasiones, metiendo el pitón en la misma herida (ley de Murphy, todos los golpes van al mismo sitio). Y haciendo que todos pidiéramos el pasaporte para el toro. Cinco pinchazos y estocada por fin. Alivio con dos orejas en la mano del ceheginero.

Filiberto cerraba cartel y se dejó crudo al novillo en el caballo. Alguien debería decirte que el ala del sombrero cordobés le viene grande. Pero grande, grande. Estatuarios para inicio de faena y termina por ahogar a su enemigo, que pideaire y lo voltea sin criterio ni razón. El público ya ahíto de toreo, prefiere que se perfile y tras cinco pinchazos, coloca la estocada definitiva. Adiós Condomina hasta septiembre, «Pena, penita pena». Tener una plaza de toros tan hermosa y tan infrautilizada es un pecado taurino que las dehesas celestiales no nos podrán perdonar. Que la Avenida de los Toreros, que bautizó Hemingway (vulgo Callejón), se quede desierto de torería hasta que pase el verano, es una pena y un drama. Nos lo tenemos que mirar. ¿El festival? bien, gracias. Pero insisto en que hace falta abrir las ventanas y ventilar.

Echo en falta nombres históricos de toreros retirados y nuevos de los «emergentes». Menos toretes a modo y más picante en los corrales, para que nadie se relaje entrebarreras.

Hablamos de lucha contra el cáncer y nos olvidamos que nuestra Fiesta también está enferma y afligida. Hay que mirar donde los toreros machos como Javier Castaño superan el trance de la enfermedad, igual que ayer en Sevilla, donde un torero del Barrio del Carmen, Rafaelillo, le cortó la única oreja de la tarde a un Miura. De ahí mismo, es de donde dicen que sale el valor y la torería. Por algo será.