En el año 1859 tuvo lugar una enorme emisión de plasma solar magnetizado que inutilizó los sistemas mundiales de telegrafía y generó auroras boreales que se pudieron ver en el Caribe y Hawái.

Imagínense las fatales consecuencias que tendría una tormenta solar de gran escala en un planeta tan avanzado tecnológicamente y tan hiperconectado como en el que vivimos hoy día. Estropearía los satélites de comunicaciones, colapsaría las redes GPS, podría eliminar la información de la memoria de los ordenadores y dañar los sistemas de seguridad militar gubernamentales. Los sistemas energéticos se interrumpirían, provocando apagones y cortes de suministros.

Parece el argumento de una película apocalíptica pero es un escenario que la Ciencia contempla como plausible. Ya sucedió en menor grado en 2012, cuando una erupción solar golpeó nuestro planeta e interrumpió el tráfico áereo en Suecia por la caída de los sistemas de control.

Tiene “bajas posibilidades de acontecer” pero su “impacto sería muy alto”, opinaba Louis Lanzerotti, científico del Centro de Investigación Solar-Terrestre del Instituto Tecnológico de Nueva Jersey, en una reciente conferencia en Washington.

“Desde que se desarrolló el telégrafo eléctrico en los años 1840 y los sistemas de ingeniería han ido sofisticándose, aventurándose más allá de los confines de la Tierra, los procesos del clima espacial han influido en su diseño, implementación y operabilidad”, aseveró Lanzerotti en su ponencia. “Y cada vez son más susceptibles a estos fenómenos”, avisó el experto.

Que pase sólo es cuestión de tiempo ya que se trata de un evento inevitable, corrobora la NASA. Aproximadamente cada 150 años, la Tierra se vuelve vulnerable a una gran tormenta solar. Los investigadores insisten, pues, en la importancia de incidir en el estudio científico para acelerar el desarrollo de soluciones prácticas.

Aparte de los efectos ya comentados, una radiación solar de gran tamaño sería capaz de corroer tuberías y alcantarillado -con las fatales consecuencias de higiene y salubridad que ello tendría- y dañar a personas, los primeros, los astronautas en misiones espaciales.

El coste que supondría su reparación y reemplazo podría ascender hasta un máximo de 2,6 billones de dólares, según valoró un estudio realizado por AER (Atmospherical and Enviromental Research).