Lucio Ángel Vallejo casó en un pueblo de cien habitantes a una adolescente embarazada que había sido amenazada con la excomunión por el párroco de su localidad. Un cuarto de siglo después, con el número dos de las finanzas del Vaticano encarcelado por presunta revelación de secretos, aquella pareja cuenta su historia: "Él es la única Iglesia en la que creemos".

"Si os queréis, si hay amor, yo os voy a ayudar". Este es el mensaje claro, conciso y rotundo con el que un joven sacerdote se dirigió a una pareja de adolescentes que había sido amenazada con la excomunión si no se casaban por la Iglesia. Era agosto de 1990: Ana Piriz, de solo 18 años, había quedado embarazada de su novio Juan Carlos y, además, eran primos segundos. La presión social propia de la Zamora rural en aquellos años abocaba a la pareja a una rápida solución. Él tenía que incorporarse de inmediato al servicio militar, pero ella carecía de la fe bautismal, documento registrado en Barcelona. "No te preocupes. Si no llega el certificado a tiempo, te bautizo y te caso en la misma ceremonia". El ofrecimiento lo hizo Lucio Ángel Vallejo, el cura al que hoy todo el planeta conoce como el segundo "Vatileaks".

Lo que el religioso detenido el pasado 2 de noviembre en la Santa Sede apuntó en aquella ceremonia de hace 25 años puede ayudar a desvelar la auténtica personalidad de un reformador crítico con la sociedad de entonces. "Los jóvenes de ahora están anestesiados, son incapaces de amar". Esta es solo una de las reflexiones que un párroco de apenas 29 años dirige a los vecinos de Calabor, un pueblo sanabrés de apenas cien habitantes. Las imágenes inéditas del vídeo cedido por la familia López Piriz muestran por primera vez la naturaleza de una persona distinta en el seno de la Iglesia, un hombre risueño, inteligente y humilde, que incluso sirve el champán con el que los novios brindan antes del banquete. En solo tres años, el párroco se ganó al pueblo y también al objetivo más codiciado hoy por la Iglesia, la juventud.