Falta el pasadizo que me serviría para huir en caso de asedio. Quedóse parado el arquitecto, como esperando más aclaraciones; pero Mardenix, con un gesto, lo mandó retirarse. Isaac volvió a enrollar los planos, y entre mil reverencias, de espaldas a la salida, abandonó la estancia. El Tudelano había acompañado al gran sabio y poeta español Yehúda Ha-Leví a Jerusalén, y allí presenció la cruel muerte de aquel judío hispano, tan conocedor y temeroso de Dios: un fanático musulmán lo degolló mientras oraba en el Muro de las Lamentaciones. Isaac se quedó en Tierra Santa, y allí estudió con maestros el Arte de la Arquitectura, basado en la construcción del Gran Templo de Salomón, cuyos únicos restos eran los del Muro donde feneciera su maestro Yehúda. Luego, retornó a España, sirviendo a varios reyes y sultanes.

El judío, ofendido más en su amor propio que en la supuesta escasa maestría señalada por Mardenix, ideó cómo satisfacer a su cliente. Diseñó el pasadizo bajo el Mar Menor, Belich que arábigos decían, y lo hizo salir hacia el Mar Mayor, justo apuntando al Templo de Salomón, que ejercería así cierto tipo mágico de custodia en la distancia de la secreta y menorahica construcción. En la salida, ya en el Estacio, ya en la Encañizada, habría de esperar siempre un bajel anclado y una guarnición vigía, de guardia perenne, para salvar en caso de asedio grave a su señor.

Algunos dicen que nunca se construyó el pasadizo. Y que sus planos duermen el sueño del olvido en algún archivo, quemado acaso por los cristianos, luego de que el rey Alfonso cristianara el reino... el Absoluto sabrá dónde. Otros dicen que sí se construyó, y que Ibn Mardenix gastó en ello ingente cantidad de numerario, hasta tal punto que ya no pudo seguir pagando mercenarios cristianos que su reino guardasen, y que, por tanto, aquella construcción fue, no su puerta de salvación, sino de perdición.