Nuestra sociedad es oficialmente monógama, pero oficiosamente tendente a la práctica de la infidelidad. No en vano, somos el país con más cuernos de toda Europa, según la red social para infieles Ashley Madison. A más detalle, Murcia era la quinta ciudad con mayor número de usuarios en 2013. Todo esto se debe, según el psicólogo Raúl Espert, a que el amor dura 900 días con sus respectivas noches. A partir de ahí es fácil levantarse una mañana cualquiera, mirarse al espejo y descubrir una impresionante cornamenta sobre nuestro cogote. La reacción no se hace esperar. Y puede generar penosas consecuencias para el que ha mojado en salsa fresca como para quien ha de aguantar la puñalada recibida.

«Reconozco que he actuado en caliente, con el subidón de rabia a tope. Y me arrepiento». Mari ha descubierto hace pocos días que su marido mantiene relaciones sexuales con otra persona y su primera reacción fue la normal de querer mandarlo al otro lado de la puerta de entrada, salvo que le añadió una puntilla de la que seguramente se arrepentirá por mucho tiempo. «Llevamos casados cuatro años y reconozco que a partir del tercero la cosa empezó a ser un tanto aburridilla en la cama. Lo compensábamos con bonitos viajes a lugares paradisiacos que nos incitaban a revivir en parte el fogoso romanticismo del principio», que dura solo 300 días, según nuestro experto Raúl Espert, lo que parece poco tras haberse uno comprometido para toda la vida y con papeles de por medio.

«Me di cuenta de que algo estaba pasando cuando durante toda una semana estuvo haciéndome espectaculares regalos sin venir a cuento, algo inédito en él. Luego llegaron los viajes de trabajo que tampoco había realizado hasta entonces. La confirmación la dieron unos condones que encontré en su chaqueta al sacarla del armario para dársela. Jamás habíamos usado globitos. Me entró de repente una especie de ataque demoniaco. No lo pensé. Cogí una aguja, los pinché todos y se los volví a dejar en el bolsillo. Pásalo bien cariño, lo despedí. Pasadas las horas, y los días, empecé a darme cuenta de lo que había hecho. No solo no había enfrentado la situación pidiendo explicaciones a mi marido, sino que seguramente había condenado para siempre nuestra relación.

Lo mismo hasta me demandaba por convertirlo a la fuerza en padre, cosa que no estaba ni en sus planes ni en los míos. Arrepentida y sin saber qué hacer para salir del embrollo en el que me había metido, llamé a mi mejor amiga, Rosa, para pedirle consejo. ´Nena, tengo que contarte algo muy fuerte. Dime Mari. Pues que Hugo me está poniendo los cuernos con otra. Qué dices Mari. Sí, pero lo peor no es eso, nena. ¿Ah, no?, se sorprendió mi amiga. No hija; lo peor es que con el calentón al enterarme le pinché los condones que descubrí en su chaqueta. Entonces mi amiga me respondió como yo no lo esperaba: eres una auténtica hija de puta, te odio, y puede que hasta te lleve ante el juez´».