Vamos, dile a tus hombres que vengan conmigo y traigan hachas de las que usan en la guerra del mar. Durante el resto de la mañana, Odiseo taló árboles, sus ayudantes los desenrramaron y los marineros los pulieron, trasladándolos hasta la playa, mientras la marea subía. Ya en las arenas circundantes al navío, entre todos procedieron a poner los troncos en pie contra el casco del barco, apoyándolos en lo posible en las rocas de los arrecifes circundantes, aflorados por la marea semibaja.

A primera hora de la víspera, la marea había descendido casi totalmente. Los palos, como insólitos remos inermes, parecían las patas de gigantesco insecto varado en la playa.

Calypso hizo bajar a la playa mantas y parasoles primero, mesas bajas y triclinios después; más tarde todo tipo de viandas y manjares. Y allí cabe la misma orilla del mar a la vista del encallado barco fenicio de Yigal, trasegaron vino y degustaron todos los mejores bocados. La magia de Calypso hacía que cada hora trabajada valiera por cinco, por lo que el barco quedó fijo sobre la arena enseguida.