Compartir la vida con alguien no es casi nunca tarea fácil. Si ese alguien además te obliga a compartirla a su vez con otros seres vivos, la cosa puede derivar en un autentico desastre, como refleja en su correo Martina, quien asegura saber lo mucho que debió sufrir Jane en la jungla junto a Tarzán con Chita de por medio.

«Una no sabe lo que es el infierno hasta que entra en él. Yo me enamoré perdidamente de mi chico el día en que entré en su tienda para comprar un bote de comida a una tortuga de agua que no me duró ni una semana. Con el bicho ya enterrado entre el resto de la basura del día, yo seguía yendo a por más botes de esas especies de gambillas disecadas y pestosillas. No me extraña que el pobre galápago la palmara. Lo bueno de esta historia es que gracias a mi tortuga muerta conseguí que Sergio me pidiera una cita. El pobre pensaba que yo era toda una experta en tortugas de agua, ya que llegué a comprarle una tortuguera estanque, peces y gusanos como almuerzo y un sinfín de juguetes que yo no sé quién es capaz de pasar su tiempo en inventar semejantes cachivaches».

«En aquella primera cita me llevó a un vegetariano, el pobre no soporta pensar en el sufrimiento de los animales que terminan en nuestro paladar. Yo, por supuesto, me confesé tan comelechugas como él. Tras la primera, llegaron otras tres citas con base de zanahoria y desabrío tofu. A la cuarta, me llevo a su casa. Como era de noche e iba un poco pimplada, no me pregunté demasiado por todos esos extraños ruidos que escuché a lo largo de la madrugada. Estaba más pendiente de los míos, la verdad. Pero al día siguiente? ¡Horror! Resulta que me había enrollado con el dueño de un verdadero zoo privado. Serpientes, insectos, un perro y tres gatos. Y cómo no, un bonito estanque con tortugas igualitas a mi difunta Peggy. Puedes coger y acariciar a todos los animales que tú quieras. Sé que te encantan. Casi vomito al oír semejante propuesta y al percibir ese olor en el que se mezclaba la pestilencia de todos esos bichos. Tras potar en el baño con mucho disimulo, accedí a quedarme otra noche más en su particular jungla. Pero primero he de ir a hacer unas cosillas. Uf. No podía pasar el día entero entre aquella asquerosa fauna.

Si no fuera por lo que me había hecho en la cama, no hubiera vuelto ni loca. Aunque de saber lo que me esperaba, tampoco hubiera insistido. Volví a las diez en punto, cenada y algo bebida. Cuando caímos desnudos en su cama note un cosquilleo en mi espalda. Pensé que era su mano, pero al irse él un momento a mear y seguir notando yo la caricia comprendí que estaba en apuros. Chillé como una loca al verme una asquerosa cucaracha gigante de Madagascar. Perdona, es que creía que la había aplastado, me excuse. Seguimos, pero el jadeo de los perros y gatos me tenía turbada. La puntilla la puso la maldita boa, que me hizo creer por un momento que Sergio era superdotado. ¡Putos bichos, mátalos! grité. Y ahí se acabo la aventura zoológica con mi exchico».