Fui a mi reencuentro con él, aunque en realidad, era la primera vez que me ponía frontalmente en su presencia. Tanto era la pasión y el trabajo que había hecho sobre El Guernica, de Picasso; entre otras cosas, para realizar el audiovisual que proyectamos durante la exposición Libertad, que ya conté detalladamente en otro capítulo de estos recuerdos. Desde que en los 70, acabando la década, encontré en Madrid los trabajos con los que la galería Multitud ilustraba sus exposiciones; audiovisuales formados por diapositivas que se proyectaban con una unidad de fundido con varios proyectores; fue una idea que hice propia y la utilice con frecuencia. Programas sobre el impresionismo; sobre Miró en su 85 aniversario... y Penúltimo Relincho, sobre el Guernica, de Picasso.

Recuerdo muy bien la zozobra cultural con su vuelta a España; el cuadro mítico del pintor más grande del siglo XX había sido viajero, desde que se descolgó en París, en el 37, del Pabellón Español del arquitecto Sert, donde compartió espacio con una escultura colgante de Calder; El Pagés con el puño cerrado de Miró; y La estrella sin fin, la escultura de Alberto Sánchez, el panadero insólito. El Guernica estaba en Nueva York, siendo hucha interminable de los americanos; los herederos de Picasso no tenían clara su vuelta a España. Y era lógico; el artista jamás cobró el cuadro; la República pagó el bastidor y la tela; no más. Cualquier cosa que ocurría en España era motivo para frenar la vuelta del cuadro.

La censura a Els Joglars y a Albert Boadella, algo tan en apariencia poco trascendente, era motivo para ralentizar el viaje definitivo. Estuve pendiente, llegado el momento, de su embalaje, y del vuelo secreto con la obra en la panza del avión, que ya es historia del arte.

Por fin, El Guernica en España, con las exigencias mínimas de democracia, exigencia del propio autor. En los primeros días de su instalación en el Casón, junto al Museo de Prado, fui a enfrentarme con él. Estaba como el Nazareno en los pasos de Semana Santa, custodiado por dos guardias civiles, con el cañón del armamento hacía arriba, y no hacía abajo en señal de paz y de respeto.

También estaba protegido por un cristal antibalas para evitar la salvaje respuesta iracunda imprevisible. Lo miraban, conmigo, las tres edades del hombre; de todas las razas y de los cinco continentes; lágrimas de la humanidad, emoción indescriptible en quién veía ante sus ojos la obra leyenda del mago, del gran mago del siglo XX. Mucho más que un cuadro que un lienzo. Quiero ver Los 33 días del Guernica, la película que ha rodado Carlos Saura y que está pendiente de una resolución administrativa. Un encuentro convertido en reencuentro; como en los amores soñados y nunca vividos.