Conocerse a uno mismo no es tarea fácil. Es posible que incluso, en ocasiones, seamos los últimos en enterarnos de cómo somos y lo que de verdad nos gusta y nos llena. Cuántos amigos, familiares o conocidos nos han comunicado que se sienten atraídos por personas de su mismo sexo y nuestra respuesta ha sido simplemente un «ya lo sabía; me alegro de que te hayas dado cuenta», con lo que el sorprendido, en realidad, es el propio anunciador.

Una experiencia similar es la que acaba de vivir Lorena, quien siempre ha tenido unas ideas tan preconcebidas como negativas sobre la homosexualidad, y ahora, sin embargo, se encuentra en una encrucijada total y absoluta. «En mi juventud conocí a muy poca gente que se atreviera a decir que era de la otra acera. De hecho, las dos únicas chicas de las que supe que les gustaba morder bollo eran pero que muy marimachos, además de antipáticas e insufribles. Desde entonces, siempre había imaginado a todas las lesbianas tomando testosterona para que les saliera voz de camionero y pelo en el pecho».

«Todo comenzó a cambiar cuando conocí a Estela, una chica dulce, muy femenina y tremendamente detallista con todos. Desde el mismo día que comenzó a trabajar en mi empresa, podemos decir que nos enamoró a todos. Me dejó tan fascinada que comencé a tener sueños muy subiditos de tono con ella. Al principio no le di importancia, pero pasados dos meses con fantasías súper húmedas con Estela comencé a acojonarme. Madre mía, pensé. Cómo es posible que esté deseando comerle el bollo a esta mujer€ ¡si yo soy más hetero que la mismísima Irina Shayk!»

«Lo primero que hice fue tratar de evitarla. Pero claro, siendo mi segunda adjunta era muy difícil no tenerla cada dos por tres por el despacho. Dejé de mirarla a la cara y a la raja de su falda, de sonreír delante de ella, de tomarme una merecida caña con los compañeros tras ocho horas de duro jornal. Era inútil. Es más, a mí me daba la impresión de que cuanto más ignoraba a la mujer que me perturbaba, más amable y solícita que nunca se mostraba ella. El pasado lunes tuve que quedarme más tarde en la oficina para asegurar un importante contrato. Y Estela, como no, insistió en ayudarme. Frente a mi mesa, repasamos cada frase, cada cláusula y, no sé cómo, empezamos a repasarnos con la mirada. No me lo podía creer. Parecía que ella se sentía atraída por mí€ ¿pero cómo, por qué? Y pasó lo que más temía en este mundo. Se me acercó mucho, muchísimo, demasiado€ y me besó. Lo peor de todo es que me gustó y me dejé llevar. Ahora me siento fatal, ¿tiene esto cura?». Cualquier médico te recetaría una alta dosis de aceptación y un buen chute de disfrute.