El sexo sin más compromiso que el del placer pasajero es poco exigente: físico atrayente, una gama colorida de truquitos y cero planes para mañana. Ahora bien, cuando nos planteamos añadir a la relación sexual un lazo afectivo nos volvemos altamente rigurosos, casi exageradamente inclementes, lo que pueden alejarnos de una buena historia. «Me encuentro en una encrucijada de las que no es posible salir indemne, decida lo que decida. Hace unos meses conocí a una mujer maravillosa. Sencilla, fácil de complacer y muy complaciente a su vez. Tras unas semanas de coqueteo durante las cuales nos dimos cuenta de lo bien que congeniábamos aceptó pasar la noche en mi apartamento. Lo pasamos de miedo. Ella es muy imaginativa y sabe muy bien cómo complacer a un hombre experimentado como yo. Quedé loco por volver a repetir la experiencia. Hasta podría plantearme vivir con ella si lo que ha sucedido esta noche no ha sido pura casualidad, pensé».

«No es que me diera largas, pero encontrar la ocasión para volver a tenerla completamente desnuda ante mí costó lo suyo. Parecía tener siempre una excusa, aunque al mismo tiempo daba la impresión de que deseaba tanto como yo volver a vivir otra noche de sexo sin tregua. Había algo raro en todo aquello, pero no terminaba yo de adivinar qué era. Hace unos días la invité a cenar a un céntrico restaurante del que salimos abrazados, hirviendo de ganas por achucharnos. Vamos a mi casa, me dijo. Casi no me lo podía creer, porque hasta entonces había sido muy celosa a la hora de darme a conocer su terreno. No hagas ruido, que tengo unos vecinos muy cotillas y no quiero ser la comidilla en la próxima junta. Llegamos a tientas a su cama y, reduciendo el placer a la mímica, volví a quedar maravillado con ese cuerpo que parecía no cansarse nunca. Se recargaba con cada orgasmo, no me daba ni un respiro».

«Fui el primero en despertarme, serían las siete, más o menos. La contemplé unos minutos con sonrisa bobalicona. Tenía hambre, había trabajado mucho entre las sábanas. No había mucha luz. ¡Ay! Algo se me clavó en el pie a medio pasillo. Dos pasos más y volví a tropezar, casi entrando en la cocina. Parece algo desordenada, nadie es perfecto. Abrí la nevera y lo que vi me dejó helado: potitos y biberones. La cerré de golpe. A mi alrededor capté una trona, varios peluches y dos chupetes de esos que dicen ´I love Mumy´. ¡Mayday! Sudando, me di la vuelta y la encontré mirándome, sonriente, apoyada en el marco de la puerta. Tengo cereales para desayunar, si lo prefieres. Desde entonces la he evitado, aunque al mismo tiempo me muero por verla€ ¡pero es que tiene un churumbel!». Atrévete a vivir, amigo lector, lo mismo te sorprendes aún más de lo que ya lo has hecho.