Son muy curiosas. Aun estando deprimidas, se acercan al nadador a ver qué es ese ser diminuto que se mueve con sus aletas de plástico. Una ballena con depresión es una cosa importante. Se suelen dar la vuelta para nadar contracorriente. Lo peor es entrar en la fase final de la enfermedad. Caen al fondo del océano y ahí ya no tienes nada que hacer.

La terapia es un secreto, aunque en los documentales se puede ver que nadan. Nadan y hablan de todo lo que va mal. Así que estáis avisados: si alguna vez veis una ballena con la panza al sol, no lo dudéis y llamad al nadador afortunado. Él la sacará de las profundidades insondables de la mente y se cobrará con la experiencia mística que conforma mirar a los ojos a una ballena depresiva.