Espartaco (en la imagen, en una foto de estudio) era un esclavo muy inteligente al que tenían picando piedra en una cantera. Un día atinó a pasar por aquel remoto paraje un romano (Peter Ustinov) que tenía un negocio de compra­-venta y escuela de formación profesional de gladiadores, encantándole su forma de ser y de pelear, así que se lo llevó con él.

Allí, en el gladius, Espartaco se encariñó de la esclava que le servía el almuerzo ante los celos terribles del director técnico del lugar. Enfadado, Espartaco se rebeló con el resto de compañeros gladiadores contra los romanos, convirtiéndose en una especie de enlace sindical de los mismos. Asolaron la campiña, y Roma, muy disgustada, envió a sus legiones a combatir al rebelde y los numerosos esclavos que se le habían unido. Traicionado por unos piratas sin escrúpulos, quedaron abandonados en las playas, pues pretendían ganar las costas de África. En esos días agridulces de espera, esclavos y gladiadores aprovecharon para tomar deliciosos baños de mar y organizar barbacoas a la luz de la luna, hasta que Craso dio con ellos y les atacó sin piedad derrotándoles en cruenta batalla.

Pompeyo, Craso y Julio César formaron el primer triunvirato que mandaba en Roma, siendo el más querido por los romanos César, aunque se sabía que era muy ambicioso, su ingenio, liberalidades le hacían ya dueño de Roma. César fue nombrado cónsul y, sin preocuparse del Senado, mientras tomaba un baño, se hizo presidente del gobierno ignorando a Pompeyo y dejando a Craso que marchara a invadir a los partos, siendo derrotado y muerto.

Los éxitos de César en la Galia, Egipto, Asia y norte de África (veni, vidi, vici) provocaron la envidia de Pompeyo y el Senado. Derrotó a Pompeyo y, más tarde, en España, a sus hijos. Lo hizo en Montilla, donde disfrutó de sus grandes vinos amontillados. Vencidos los pompeyanos a César lo nombraron de todo: dictador, cónsul, tribuno y pontífice máximo, entre otros cargos, mostrándose manso y clemente; alivió a los pobres, fundó colonias y protegió las artes y las letras. Pero la envidia de los aristócratas y senadores hizo que tramaran una conspiración y un desagradecido y nunca mejor dicho Bruto, ahijado de César, le asesinó con una puñalada trapera en el mismo Senado.

La gente, al principio, lo sintió, pero luego siguieron veraneando en la playa, tomando el sol, bebiendo manzanilla sin guardarse de los idus de marzo que pronto llegarían.

Próximo capítulo: Los barbaros.