Laura es una mujer comprometida con el medio ambiente, con el comercio justo y la austeridad material. Esto no se traduce en penosos sacrificios ni en una disminución del goce de la vida, en absoluto. Es más, seguir sin complejos ni tapujos sus convicciones la lleva en muchas ocasiones al culmen de los placeres, tal y como nos comenta en su correo.

«La creatividad es uno de mis grandes fuertes a la hora de contribuir a mantener el planeta menos sucio y a aprovechar al máximo las pocas cosas materiales de las que dispongo. Y no precisamente por falta de liquidez. El caso es que, como a todo el mundo libre de traumas, me encanta disfrutar del sexo sola o en compañía. De hecho, es en la primera modalidad en la que me he convertido en toda una experta autocomplaciente».

«Después de varios años con una pareja a la que se le daba pero que muy bien excitarme, hacerme gritar y sacar el lado más salvaje de mi interior, me vi de la noche a la mañana sola en mi cama, y con unas ganas de folleteo que no me podía aguantar. Como no quería implicarme con nadie, decidí que una temporada a solas me iba a venir que ni pintao. El chorro de la ducha fue mi primera fuente de aplaque, pero me sentía mal por el derroche de agua. Así que una tarde que iba como loba en celo recorriendo sin rumbo las estancias de mi casa, acabé en la nevera, abriendo el cajón de las verduras.

Decidí comportarme como antaño, cuando aún no se comercializaban los juguetes sexuales, sino que uno se los tenía que inventar; agarré un calabacín más bien pequeño de mi propia cosecha y me lo llevé a mi cuarto. Lo miré y remiré, imaginando lo que podía hacer con él. Abrí el cajón de la mesilla de noche, le coloqué un preservativo y me lo pasé en grande con él. Pero había que perfeccionar la técnica, porque tan, tan frío no terminaba de darme los resultados deseados. Días más tarde repetí la misma operación, pero esta vez metí el calabacín al horno unos minutos. Calentito, calentito€ mucho mejor».

«Cuando ya no pude sacarle más jugo al calabacín, que a veces combinaba con pepinos y zanahorias, todo muy fálico, claro, se me ocurrió que mi lavadora podía proporcionarme nuevas sensaciones, ya que anda cuando centrifuga. Y funcionó. Más adelante le di un nuevo uso a mi cepillo de dientes vibrador, convenientemente tuneado para evitar accidentes. De ahí me pasé a la plastilina y me moldeé múltiples juguetes con los que más de una tienda erótica haría un buen negocio. La gelatina con trozos de frutas mezclados en un condón a tamaño deseado es más efectiva que las braguitas vibrantes de la reportera de La cruda realidad». Ha quedado claro que con un poco de imaginación y cero riesgos la soledad puede ser muy deseable.