Fue un niño prodigio en la España de los niños (y los seres) prodigio. Pintor único. Con siete años, en 1961, empezó a llamar la atención de los medios con sus cuadros y opiniones sobre el arte. José Manuel Sáinz González (Pepe) llegó a mandar un cuadro a una subasta benéfica y alcanzó mayor puja que la obra de Menchu Gal, que ahora vale millones. Pero su máximo éxito fue cuando Camilo José Cela lo requirió para que le ilustrara un libro. Mi tropiezo con el pequeño artista fue en Madrid, en 1965, cuando hizo una exposición individual en la Editora Nacional. Después, por azar, llegaron unos cuadros hasta mí que compre sin dudar. Sus obras tienen títulos llamativos: Ay qué terrible cinco de la tarde y la hija de Juan Simón, por ejemplo.

Los míos se llaman Cu cu cantaba la rana y El jardín de las delicias. Una tarde estuve con los cuadros delante y con el pintor Aurelio analizando sus cualidades artísticas. Estudió en el instituto madrileño Ramiro de Maeztu y sus profesores de dibujo le suspendieron con un cero rotundo. Cosa que al niño pintor le dio exactamente lo mismo dada su ingenuidad infantil y su malicia de superdotado. Su padre era marino mercante.

Ninguno de estos datos me ha servido para volver a localizarle con los años y mi necesidad de saber qué fue de él y su pintura. Por eso, sigo titulando este artículo Buscando a Pepe desesperadamente; desesperación no desaparecida en mí. En los papeles de la época dijo: «No me gusta Murillo, me empalaga; tampoco Velázquez. Para mí, El Greco, la pintura negra de Goya, Solana, Picasso?» ¡Caray con el niño! Le disgustaron especialmente los cuadros de Velázquez en el Casón del Buen Retiro: La mulata y El San Juan de Patmos le parecieron lamentables. Eran tiempos en los que estaba pintando sus versiones del infierno. Cocos buenos; Cocos malos; Cocos muy malos, refiriéndose, claro está, a ese demonio que asusta a los niños.

La pintura de Pepe es trascendente. Causó impacto y creó escuela. Pepe tenía tres discípulos: Pepe y Miguel Ángel del Nogal y El Churrero; los dos primeros, de Madrid, hijos de la portera de su domicilio; el tercero, de Ávila, hijos de la propietaria de una fábrica de churros. Solito se ganó la fama; solito ganó sus premios; y solito, por desgracia, se ha perdido entre la muchedumbre. Quiero, necesito saber de él. Demen razón, por favor. Recientemente, en Galicia, han reeditado los once cuentos de Cela sobre el fútbol, con sus ilustraciones. No sé mucho má