Los hijos dan un sentido nuevo y único a la vida, sí, pero también a las relaciones sexuales matrimoniales. Los lectores que aún no se hayan clonado lo entenderán con el relato de Elisa y Raúl, padres de dos pequeñuelos de tres años y medio.

«Mi mujer y yo siempre nos hemos divertido mucho en la cama. Siendo novios nos fuimos a vivir juntos. Los primeros meses lo hacíamos prácticamente todas las noches, incluso durmiendo nos íbamos persiguiendo por la cama y siempre amanecíamos atravesados en el colchón, entrelazados como si jugásemos una partida de Twister y con unas ganas de dormir como si no hubiésemos pasado ocho horas con los ojos cerrados. Calmado el celo inicial, mantuvimos un ritmo nada desdeñable, con varias sesiones de sexo a la semana. Siempre muy lúdico y festivo».

Se decidieron a procrear, conscientes de que la prole te cambia la vida. Lo que uno no sabe es que la realidad supera cualquier cosa que podamos haber imaginado antes de meternos en tremendo lío. «Nuestras costumbres sexuales cambiaron de forma radical: desaparecieron durante meses por puro agotamiento. Con gemelos es casi imposible conocer el descanso. Ya tienen tres años y hemos recuperado parte del terreno perdido en nuestra intimidad. Sin embargo, nuestros hijos le han dado un nuevo sentido a la modalidad anticonceptiva del coitus interruptus».

«Aunque nos planteásemos volver a procrear, ésta sería una misión imposible. Parece que los gemelos intuyen cuando su madre y yo nos queremos dar un merecido homenaje. Es empezar a besarnos y toquetearnos y€ ¡mamiiii€ tengo seeed! Primera interrupción. De nuevo al lío. Consigo quitarle las bragas y€ ¡mamiii€ yo también tengo seeed! Vale, calma. Recuperamos el calentamiento y por fin me deshago de su camisón. Besos, mordiscos y lengüetazos. Estoy que me subo al podio y un fuerte toc-toc en la puerta nos obliga a dar un salto para colocarnos como si nada y taparnos con la sábana. Pesadilla del peque, así que tiene que dormirse con nosotros. Ya ronca. Lo paso de nuevo a su cama.

El otro se mueve, ¡cuidado! Ha sido una falsa alarma. Empezamos de cero el ritual. La cosa va bien, va muy bien; va que ya vamos al plato fuerte. Justo cuando tengo a mi mujer agarrada por detrás€ ¡papiii€ pipiii€ papiii€ papiii! Aaahh, grito en silencio. Llevo al otro renacuajo al baño, me quedo con él un cuarto de hora hasta que se duerme y corro a la cama con unas ganas tremendas de estrujar a mi mujer. Acaricio a Elisa, dándole a entender que no hay moros en la costa, pero ni se inmuta. Claro, se ha quedado frita, y yo empalmado y obligado a terminar la faena en soledad».