escubiertas la hueva y la mojama, fueron los griegos los que trajeron a la Península Ibérica algo tan imprescindible para ellas como son las almendras. Igualmente, estos aguerridos e inteligentes señores trajeron también a la Península las socorridas olivas. Entonces, no existían las rellenas; eran todas con hueso. Parece ser que esto lo cuenta Herodoto cuando habla de las colonias de Ampurias, Denia, Sagunto y tal.

La península de Grecia está situada entre los mares Egeo y Jónico. Un país muy abrupto, lo que hizo que aparecieran una multiplicidad de estados. A pesar de su pequeñez territorial, Grecia realizó altísimos destinos históricos en dos siglos. Entre Solón y Alejandro Magno, que cuentan mucho más en la historia que los reinos de Egipto, Asiria y otros.

A los griegos les gustaba la tertulia y, para ello, se reunían en el ágora con la fresca para charlar de sus cosas: filosofía, democracia, de chicas, del Olimpo, de viajes, etc. Entre los grandes tertulianos se encontraba Aristóteles, un señor con muy buen pico. Por tener, los griegos tenían incluso un partido popular, cuyo jefe era Clístenes.

Los griegos no se libraron de cruentas guerras, como fueron las guerras médicas, en las que casualmente, no intervino ningún médico. Grandes guerreros fueron los espartanos, que incluso se llegó a hacer una película sobre ellos: 300 donde un chepao envidioso traiciona al bravo rey Leónidas en el paso de las Termópilas.

Un gran avance para el turismo como hobby estival fue dado por el joven de veinte años Alejandro Magno que, practicando un turismo bestial y haciendo realidad un sueño, se quedó con Asia en cuatro años. Murió muy joven, víctima de sus vicios y vida depravada.

Los griegos nos enseñaron el cultivo de la vid, y con ella, la fabricación de vinos como la manzanilla, el tinto, el vermut. Ellos se pasaban la vida bebiendo vino, aunque fuera sin La Casera. Alicientes como los aperitivos fueron esenciales para que la gente se bañara y buceara en las fantásticas playas helénicas.

Las que más se bañaban eran las sacerdotisas de Palas Athenea, que se bañaban en cueros vivos. Los troyanos, menos, ya que los engañaron con un caballo enorme que les arruinó la vida y terminaron amargados. La formalidad del baño ya va tomando cuerpo en estos años, y en cierto modo, gracias a Pericles, que se bañaba hasta con el yelmo, dada la atracción que sentía por el agua fresca en la canícula estival. Faltaba muy poco tiempo para que se inventara el veraneo.