Me lo presentó Antonio Gómez Cano, en París, en una de esas travesías intelectuales en las que buscábamos árboles desnudos del invierno y aportar supervivencia a su hijo Juan Francisco. Y alguna conversación que recordar. Fue en uno de esos cafés míticos que frecuentaban las fantásticas vanguardias. Joris Ivens, cineasta mucho más que particular, que había estado en la guerra de España donde rodó una película de excepción, narrada por Hemingway y aconsejada por Orson Welles, Tierra de España.

Entre los grandes nombres adscritos exclusivamente al documentalismo, destaca el de este inquieto holandés, nacido en Nimega casi al tiempo que el cine, que rodó en los cinco continentes y estuvo presente con su cámara en los momentos críticos y conmoción de países como España, China, Cuba, Chile, Polonia, Alemania, Rusia, Indonesia y Vietnam. Por eso, y por no haber echado raíces en un país determinado, alguien le llamó el holandés errante.

Él se definió -incluso creo recordar así nos lo dijo- como un «documentalista militante que participa con su trabajo en el combate», lo que más tarde se llamó un reportero de guerra implicado en una idea y partidista en la lucha. Ivens ya era un mito, por entonces, cuando mi maestro Gómez Cano me presentaba como un apasionado del cine, amén de la pintura. La relación con el maestro murciano le venía de tiempos de la guerra de la amistad con Ramón J. Sender, cuando desde el Cerro Garabitas, con Madrid sitiado, escribía las crónicas doloridas.

A aquel personaje no me atrevería a calificarle de cosmopolita, por lo que este término tiene de intrascendente y diletante ni aún en tiempos de paz. Joris Ivens era todo lo que se quisiera menos un diletante; su arraigo fueron las ideas, no los países, que dan, además, sentido y unidad a toda su obra y sus películas, y al hombre como protagonista de sus filmes. Ivens no paseó por los países como el viajero que hace sus maletas con el afán de mirar y contarnos luego lo que ha visto. Participa en las acciones que rueda.

Y para él, filmar ha sido vivir, ha sido identificarse con los problemas de la población y participar en las acciones que su cámara inquieta y viajera fue registrando en las distintas geografías de su acción vital. Las nociones de realismo y verdad son sus motivaciones más intensas y constantes. A este cineasta no le bastan las imágenes vivas rodadas con planos verídicos. Le faltaría la construcción, la parte dramática, destacando la conexión entre el hombre individual y la sociedad de la que forma parte. En sus documentales no hay truco ni manipulación; sí toma de conciencia expresiva de lo que se está viviendo. Aquella jornada, en París, Ivens parecía lo que era, un embajador de la batalla; un hombre de pecho abierto y sin miedo.