Frecuenté su casa en Alhama de Murcia y su estudio en Madrid; pequeño y céntrico. Desde los años setenta me fascinó la figura de la pintora (y poeta) María Dolores Andreo. Una de las mujeres que está en la nómina de lo mejor de la pintura española y por tanto de la murciana, escasa en talentos femeninos. Elegante en su grandeza de estilo y estirpe, de ademanes nobles y palabras justas. Con un aire triste que no era más que su capacidad de interiorizar la pintura y su poesía. Pintaba limpiamente, trazaba el color sobre sus horizontes o los horizontes sobre el color linealmente. Sobreponía una figura o agrandaba las cabezas de sus cristos de espinas clavadas y lágrimas derramadas.

Creo que llegué a realizar hasta tres exposiciones individuales de pintura en Zero, de un expresionismo sin vacilaciones. También algún audiovisual que la obra venía a inspirar. Andreo y Aurelio son las dos figuras de Alhama de Murcia, su representación plástica más importante. De ambos guardo sensaciones, momentos y recuerdos en torno a la pintura.

María Dolores fue seleccionada para muestras internacionales representando a España; en su historial están documentadas estas aportaciones junto a los grandes artistas del siglo XX, Picasso incluido dando lustre a una carrera. La recuerdo pintando con acrílicos sobre una mesa de dibujo y no un caballete; lógico en la búsqueda plana de sus texturas. Líneas conjugadas con perfección casi milimétricas, buscando espacios para el paisaje o la figuración. Pintura nunca fácil de ver aunque sí de sentir; como sus versos que no decantan femineidad.

Andreo necesitaría, junto a su obra, una nueva revisión; queda el recuerdo de su magnífica exposición de San Esteban de hace algunos años; pero el paso del tiempo es de tal velocidad que requiere su vuelta a mirar atrás, para ver mejor, con más perspectiva, el acontecer artístico generoso. Silencio y sorpresa ante ella y el aspaviento de su obra en aquella primera muestra presentada por Lorenzo Andreo; que entendía muy bien del carácter de esta dama, mujer, sensible y no exenta del buen tormento creativo.

Sus exposiciones siempre fueron un modelo de estética, de composición de un conjunto. Mares y espumas; líneas delimitadas por campos de color; nunca nada que venga a perturbar, que estorbe el lenguaje de la artista. Me gustaba hablar con ella; lo hacía cuando podía, en largas conversaciones en solitario. La buscaba en su pueblo donde me encontré las primeras litografías en piedra. De impresionante factura. Tenemos una deuda pendiente con ella, con su mundo y su valencia.