Piedad, aficionada a los ligues pasajeros, asegura haberse sentido parte del reparto del filme Entre copas en su última inmersión de sexo con forastero. Si recuerdan, en la cinta de Alexander Payne un Thomas Haden Church subidito de hormonas se liga a una mujer casada, sin saberlo, y para no ser pillado en plena faena salta por la ventana en pelotas. Church-Miles convence a su amigo Jack para que se cuele en casa de la camarera y así recuperar cartera y anillos de boda.

«En esas mismas aguas turbulentas me vi nadando hace nada», nos confiesa Piedad. «Como cada noche de bares con las amigas, terminé fijándome en un chico muy atractivo al que me insinué sin disimulo. Tengo un tipazo de escándalo y una sonrisa que no pasa desapercibida de los que me aprovecho. Mis amigas quieren hacerme madurar para que deje de ser tan picaflor, pero aún no he sentido la llamada del aislamiento sentimental».

«Así que me fui con el muchacho dispuesta a disfrutar de una noche de sexo desenfrenado. Él se veía muy en forma y las cosas guarrillas que me fue susurrando al oído camino a su casa me convencieron de la buena elección hecha. Llegamos a una casita muy mona en zona de huerta de un municipio cercano a la capital. Nos desnudamos, jugueteamos al gato y al ratón por la casa y una vez que me atrapó me llevó al patio trasero, aislado de las miradas vecinas por limoneros, naranjos y algún que otro granado. Bajo el bochorno nocturno cogió la manguera, con cuyo chorro administrado de forma selectiva en zonas estratégicas nos estuvimos refrescando y calentando, todo a una.

Ahora serás mi prisionera, me dijo mientras me ataba las manos a la reja de la ventana. Yo estaba que me salía, deseando que me hiciera más sombras que ´Greys´. Sus manos y su boca comenzaron un recorrido sobre mi cuerpo con destino a mi excitadísimo punto G. En el momento en que tocaron zona sensible€ un repentino claxon hizo dar un salto de metro y medio al muchacho, de quien no sabía ni el nombre. Mierda, soltó, quédate bien calladita, mi novia es capaz de darnos una paliza. Mierda, pensé, así no voy a poder ni defenderme.

Escuché cómo se abría la puerta. ¿Qué haces en pelotas y mojado?, preguntó una chillona voz femenina. Me estaba refrescando en el patio, cariño. Escuché unos extraños pasos acercándose. Mierda. Un chucho peludo y muy feo se me plantificó delante y comenzó a ladrar. Calla cabroncete, le susurré. Qué raro, voy a ver qué le pasa a Pixa, dijo la novia. ¡No, no salgas ahí!... que€ que€ está muy embarrado, será un gato o una rata. Y ahí me quedé tres largas horas, vigilada por aquel chucho feo, torturada por los mosquitos y con los gritos de placer de la parejita como banda sonora».