Es la mayor biblioteca que existe en el mundo para los intrépidos aventureros del sexo. Sí, el sexo debiera de ser siempre una aventura, jamás un engorro y menos aún una actividad aburrida e insatisfactoria. No se necesita, como decía, identificación alguna para acceder a sus extensísimas salas, ni hacer cola ´prestamentaria´ en esta casa de la sabiduría. Y la llave para entrar y arramblar con las ideas es la misma para todos y cada uno de nosotros: basta con cerrar los ojos y dejarse llevar por los deseos carnales de los que nadie queda libre ni sin pecado. Benditos.

Eso sí, como todo en la vida, un exceso de teoría tampoco beneficia a nadie. Mens sana cum coitus regularis, y que me perdonen las Sátiras de Juvenal. Para eso los griegos que disfrutaron de la era Clásica eran tremendamente practicantes (no sé yo si los coetáneos de Tsipras tendrán en estos momentos la libido para jueguecitos sexuales). Se tomaban muy en serio el mimo por su cuerpo con la idea de que sólo de aquella manera podrían albergar en su cogote una mente equilibrada. Y por supuesto, la práctica regular de sexo formaba parte del entrenamiento emocional, social y cultural. Así fue la cuna de la civilización que hoy se tambalea.

La puesta en práctica de los deseos soñados, pues, deviene fundamental, tal y como nos lo confirma Inés, quien tras una larga temporada apática de la entrepierna, decidió ´forzarse´ un poco, a ver si tocando la tecla neuronal (para muchos científicos el principal órgano sexual femenino) lograba somatizar una chispa de vida en su clítoris. «Trabajaba como una condenada hipotecaria, no dormía ni comía bien y al llegar a la cama no podía ni pensar en abrirme de patas para nadie, ni para mí misma». «De jovencita era muy fogosa, rozando el exceso€ no dejaba descansar ni a la alcachofa de la ducha».

«De modo que ante el apático escenario de mi inexistente vida sexual me dio por pensar que mi problema se encontraba en el agotamiento de mi cupo orgásmico, como quien agota una preciada reserva natural». Por suerte nuestra amiga decidió tomarse un respiro, se tumbó en su cama, cerró los ojos acompañada de una sabrosa melodía brasileña y se dejó llevar por una lujuriosa espontaneidad casi olvidada. Y justo cuando un rico sueño tiraba de sus piernas€ el orgasmo le sobrevino reanimando su cuerpo cual RCP a un infartado. A partir de ese momento no le quedó más salida que la de proceder a la griega y desde entonces no ha dejado de entrenar esa parte de su cuerpo, «sola o acompañada», que tanto equilibrio mental le está proporcionando.

Quedan los lectores invitados: piensen, cavilen mucho entre los placeres más básicos pero sin olvidar ponerlos en práctica con cierta regularidad.