El rumbo se ha perdido. En el horizonte se adivinan témpanos de hielo y hábitats más aptos para ballenas y otros peces monstruosos que para los hombres. La consigna es no renunciar a un derecho de propiedad tan evidente sobre nuestros límites oceánicos. Desde tierra firme, en sus naves de acero y cristal, los Almirantes deciden sobre nuestras vidas de pobres marinos, que atraídos por las migajas que dejan caer sobre nuestros barcos nos dejamos engullir por las olas sin llegar, salvos, a puerto.