­El diestro murciano Rafael Rubio ´Rafaelillo´ le cuajó al cuarto toro de Miura, del que no cortó orejas por fallar con la espada, una de las mejores y más meritorias faenas de la feria de San Isidro que finalizó el domingo 7 de junio en Madrid.

Como si el toro no fuera de Miura, como si tuviera delante una embestida noble y de calidad, así planteó Rafaelillo al cuarto de la tarde una de las faenas de más emoción e intensidad de la feria de San Isidro en Las Ventas.

Después de enfrentarse a un primer astado absolutamente vacío de raza y de fuerzas, el murciano recibió a ese cuarto con una decidida larga cambiada en el tercio, pero la respuesta del animal en los primeros tercios, sin celo alguno, no hacía presagiar lo que después sacó de él.

Porque, igual que lo saludó de capa, Rafaelillo también abrió de rodillas la faena de muleta, con pases por alto en los que el de Miura pareció

acusar la misma debilidad de cuartos traseros que venía apuntando desde que salió al ruedo.

El acierto del torero fue darle y sitio y aire por delante ya en la primera serie de pases citando erguido, lo que, sorprendentemente, agradeció el animal acudiendo con prontitud y descolgando cuello y cabeza con la entrega que le faltó a todos sus hermanos. Fue a esa virtud del «miura» a la que se aferró el matador para aprovecharlo en muletazos cada vez más largos, de pausado temple y siempre administrados en medida cantidad, en tanto que, exigido en exceso, a partir del cuarto muletazo ligado el animal se defendía y apretaba buscando el cuerpo del torero, al que en un par de ocasiones llegó a rajar la taleguilla y el chaleco.

Siempre sobre esa adecuada estrategia, Rafaelillo le llegó a cuajar una docena de muletazos torerísimos, muy entregado y embraguetado en cada embroque, apurando por abajo y en redondo cada embestida con un valor muy sereno y recreado.

Y lo hizo tanto al natural, con algún muletazo muy largo y ralentizado, como con la derecha, además de resolver con la inspiración de adornos y desplantes nada vanos los momentos de apuro que le añadieron aún más emoción al trasteo.

Pero, cuadrado con el toro demasiado en corto, marró Rafaelillo en dos pinchazos antes de una estocada contundente, lo que le restó la posibilidad de abrir, con todo merecimiento, la puerta grande de Las Ventas en este cierre de feria.

Finalmente, todo quedó en una clamorosa vuelta al ruedo en la que, consciente de lo que había perdido, el torero murciano no pudo evitar unas lágrimas de frustración. Javier Castaño resolvió con buen oficio el peligro sordo que desarrollaron los dos ´miuras´ de su lote, el segundo de los cuales prendió de fea manera a su subalterno Marco Galán cuando le intentaba clavar el primer par de banderillas.

También las faenas de Serafín Marín tuvieron un común denominador, que en su caso fue la larga duración. Y si se esforzó con el tercero, que se defendió y se afligió, el empeño del catalán con el sexto no cogió vuelo por su falta de acople a la movilidad de un toro noble pero de escasa entrega.