Acceder ayer a la plaza de Belluga desde la calle San Patricio era como acudir al encuentro de una tormenta. Centenares de jovencísimos tamboristas calentaban sus pequeñas manos ejecutando redobles desigualados. Esperaban, junto a un mar cromático de penitentes de metro y medio, la orden para empezar a desfilar en la tercera Procesión del Ángel, germen del sentir nazareno, escuela de nuevos cofrades.

Once grupos impulsados por colegios de la capital participaron en la tercera edición de este evento nazareno que deja todo el protagonismo a las generaciones futuras; a esos niños que pese a casi no saber todavía qué significan esas figuras a las que acompañan, eran conscientes -por tradición familiar, fe profunda inculcada por sus progenitores o simple ejercicio imitativo- de que lo que hacían era algo grave, serio, trascendente. Y todo ello sin perder la sonrisa y el gracejo propio de la espontaneidad pura.

Ellos, los mil quinientos niños que vestidos con el capuz y las esparteñas repartieron caramelos o tocaron el tambor y las flautas entre Belluga y la Plaza del Romea en la mañana de ayer, estuvieron abrigados por Murcia. Y es que parecía que toda la ciudad se había congregado a lo largo del recorrido para disfrutar de este original bocado previo a la Semana de Pasión. Desde familiares orgullosos a auténticos cofrades pasando por algún que otro guiri despistado porque la Semana Santa «sea ahora» y estuviera gobernada por los niños.

Una auténtica procesión

Lo que consiguen los pequeños murcianos, organizados por el Cabildo Superior de Cofradías de Murcia en esta Procesión del Ángel, es un verdadero acto cofrade. Pese al ambiente distendido y alegre ­-son niños, al cabo-, se trata de un verdadero desfile que incluye todos los elementos habituales. Manolas ´afligidas´ precedían a los estantes que, resoplando por el esfuerzo, cargaron imágenes a imitación de las que dentro de pocos días desfilarán por las mismas calles: dolorosas, crucificados y otras escenas pasionales pasaron ante el público. Además, las ovaciones que la gente les dedicó fueron numerosas, ya fuese por una marcha bien interpretada, por un generoso nazareno que no quería dejar a nadie sin caramelo o por una bella exhibición de los tronos, que dieron vueltas e incluso fueron alzados por encima del hombro de los nazarenos. Todo era susceptible de ser celebrado.

Lo que tienen

En la procesión del Ángel, «que cada año tiene mayor auge», afirmaron desde la organización, cada grupo participante ofrece lo mejor de sí: los niños de algunos colegios desfilaron ataviados con un lujoso capuz de tela y buenas alpargatas, otros jugaron con el ingenio para, con bolsas de plástico y muñecos de espuma, montar una escena digna y hermosa. También ocurrió con las bandas, para las que cada centro ensaya duramente. Las flautas dulces fueron el mejor aliado para interpretar marchas como la saeta que popularizó Serrat. Dan lo que tienen, orgullosos de su sentimiento cristiano.

Al terminar, monas con huevo

El esfuerzo realizado en el recorrido obligaba a premiar a los jóvenes cofrades tras la procesión. Por eso, después de dejar el santo, celebrar con la familia «lo bien que se habían portado» y tomar alguna que otra foto de recuerdo, los participantes recogieron una mona con huevo ­-de codorniz, claro­- y un caramelo en el que lucía un verso de tono nazareno. Tocaba disfrutar del día y esperar ansiosos a que pase una semana y empiece la de ´verdad´, «la de los tronos grandes, la de los papás». ¿Y ellos? Lo tienen claro: el año que viene más.