El Pato y el Conejo vivían contentos y felices en una casita que poseían en las afueras de la ciudad. Eran tan buenos amigos, que por ningún motivo se hubieran separado para vivir cada uno por su lado. Si era la jugar, lo hacían juntos, si tenían que estudiar, estudiaban juntos, si tenían que hacer las camas, las hacían juntos; hasta en la hora de la comida, el Pato y el Conejo tomaban su cubierto al mismo tiempo y se sentaban juntos como buenos camaradas.

Cierto día, estando escondidos en el jardín, vieron a dos ladrones: eran el lobo y el oso. Y traían un gran paquete.

-Escucha, decía el Lobo a su compañero. Nos vamos a cubrir con el disfraz de caballo que traemos en el paquete. Así, podremos entrar a robar en la casa del pato y del conejo, sin que ellos lo sospechen.

-¡Ea! Ya hemos entrado en el patio, amigo Lobo.

-¡Chist! Ahora, no hablemos nada, y vamos a trotar como si fuéramos un caballo de verdad, para que el Pato y el Conejo se lo crean. A ver si aprendes a trotar como es debido, porque lo estás haciendo a destiempo. Fíjate en mi: ¡plof! ¡plof! Ahora vamos mejor.

El falso caballo entró en la casa, pero el conejo se escondió detrás del aparato de radio y mientras el Pato iba en busca de ayuda, comenzó a poner en práctica un plan que se le había ocurrido, imitando la voz de la emisora.

-¡Atención! ¡Atención, todos! ¡Atención! ¡Llamada de peligro! Se ha escapado del zoo un furioso León, el cual siente especial predilección por la carne de caballo. Se avisa a todos los caballos para que corran a esconderse. Todos los caballos y todos aquellos que parezcan caballos deben encerrarse bajo llave ¡Atención!

-¿Has oído? Preguntó por lo bajo el Oso. No me gusta nada que me tomen por caballo. ¡Auxilio! Corro a esconderme.

He visto entrar en la casa un León enorme, un León gigantesco. ¡Ya está en la sala…! Voy a esconderme en un agujero, señor Caballo y a usted le deseo suerte. Menos mal que al León le gusta con delirio la carne de caballo. Mientras él se ocupa de usted, a mí me dará tiempo para esconderme. ¡Usted lo pase bien! ¡Amigo Lobo! No tengo el menor deseo de seguir pareciendo un caballo.

-¡Eh! Señor León, mire usted bien, no vaya a cometer un disparate, que no somos ningún caballo. Todo lo más, somos dos burros, por esta ocurrencia de venir a robar dentro de un disfraz tan peligroso. ¡Hasta luego!

-No puedes dejarme solo, compadre Oso. ¿Viste acaso, medio caballo en algún lado? Pies ¿para qué os quiero?

Señor León: donde quiera que esté usted, vea que soy un Oso, y bastante grande. ¡Y yo, un Lobo! Soy un Lobo con sombrero de copa. ¿De dónde sacan que me parezca a un caballo? ¡Huyamos!

No corran tanto, señores ladrones. No hace falta que se den tanta prisa, porque el tal León no existe. Todo ha sido una treta del Conejo para librarse de los malhechores, mientras tanto, explicó el Pato, he ido en busca de los guardias y aquí estamos todos juntos.

Esta captura es sensacional, dijeron los guardias. ¡A la cárcel con ellos!

El alcalde premió al Pato y al Conejo con un hermoso vaso de naranja, y por su gran comportamiento colocó en el pecho a cada uno la Medalla de Servicios Distinguidos en la caza de Ladrones.

Y se pusieron a bailar, muy contentos.

FIN