Érase una vez, una ciudad llamada Tristilandia donde nadie sabía sonreír. En el diccionario no salían las palabras divertido, sonrisa, feliz,…

Allí vivía una niña llamada Tristina y su hermano Tristón, que vivían tristes, ellos no eran felices y se preguntaban:

-¿Por qué tenemos una vida tan aburrida?

-¿Que habrá al otro lado de la ciudad?

Una noche oscura y con pocas estrellas, decidieron investigar al otro lado de la ciudad ¿Qué podían perder?

Después de caminar y caminar, encontraron un pequeño pueblo, al amanecer. A medida que se acercaban a él, la curiosidad por saber quién vivía allí aumentaba.

-¡Mira, mira allí! Hay unos niños encima de unas cosas de colores, y hacen unos ruidos muy raros: ji, ji, ja, ja ¡qué divertido!

-¿Nos acercamos? ¿Qué significan esos sonidos?, dijo Tristina.

Con un poco de miedo, se acercaron lentamente. Los niños del pueblo seguían en sus juegos, uno de ellos se detuvo y les dijo:

-¡Hola!

-¡Hola! Contestaron los hermanos sorprendidos, y casi tartamudeando le preguntaron:

-¿Qué hacéis?

Estamos jugando en los columpios, dijo el niño.

-¿Qué es eso de jugar? Preguntó Tristón.

Pues…. dejar llevar la imaginación contestó sonriendo el niño, probarlo y lo sabréis.

Al poco rato, Tristina comenzó a sonreír.

-Jiji, jaja, dijo su hermano: yo también me he contagiado.

-¿Será una enfermedad? Dijo Tristina.

Pero, me siento bien, no tengo fiebre, los ojos me brillan y la boca me está cambiando de forma.

Decidieron regresar a Tristilandia y contar lo que les había sucedido. Cuando llegaron, todos los vecinos los miraban extrañados y decían entre ellos:

-¿Qué les pasa a sus caras? ¡Están más guapos!

De repente, a Tristón se le escapó una carcajada: ja, ja, después a Tristina, y poco a poco, se fue contagiando a todos los habitantes de la ciudad. ¡Todo reían!

La ciudad de Tristilandia se convirtió en Divertilandia y todos sonreian a menudo y fueron más felices.

FIN