¿Cree que llegará pronto la destrucción del mundo?

—Depende de lo que entienda usted por pronto.

—Mañana o pasado.

—La idea de que el mundo se precipita hacia su perdición es muy antigua.

—Entonces, no hay de qué preocuparse.

—Al contrario. Si este miedo lleva desde hace tantísimo tiempo en la mente de los hombres, por algo será.

Quien pregunta es Philip Roth y quien intenta esquivar las preguntas es Milan Kundera. La conversación, que tuvo lugar en 1980, está recogida en el libro El oficio: un escritor, sus colegas y sus obras y se centra en las cuestiones que más les preocupaban: el sentido de la novela y su libertad, la responsabilidad del escritor en la política, etc. Aunque el fin del mundo no vaya a ocurrir mañana, cada paso que damos tiene importancia.

Con esa respuesta, Kundera, que vivía en el exilio desde que los tanques soviéticos entraran en Praga, aludía al papel de los poetas en la política desde la experiencia de haber visto el abismo de lo que él llamaba la risa doble de los sistemas totalitarios: la risa de los ángeles, plena de certezas, y la del escepticismo absoluto. Kundera intenta explicar a Roth que en el punto de partida del camino hacia el Gulag está el delirio de los poetas: «A la gente le encanta decir: qué bonita es la revolución; lo único malo de ella es el terror que engendra. Pero no es verdad. El mal está presente ya en lo hermoso, el infierno ya está contenido en el sueño del paraíso».

Como en política no puede haber ángeles, la armonía universal que prometen algunos partidos es la antesala del fanatismo. A su vuelta a Estados Unidos, Roth tuvo ocasión de escuchar ´la risa de los ángeles´ en la plaga de lo políticamente correcto, el tema de su novela La mancha humana, donde un profesor cae en desgracia al enfrentarse a los lobbies afroamericanos y feministas.

El pensamiento único es el primer peldaño hacia el fin del mundo. Frente a él, Kundera entendía la novela como un antídoto porque, como fuente de tolerancia, no afirma nada, sino que plantea interrogantes: «La estupidez de la gente procede de tener respuesta para todo. La sabiduría de la novela procede de tener una pregunta para todo. La gente prefiere juzgar a comprender, contestar a preguntar. Así, la voz de la novela apenas puede oírse en el estrépito necio de las certezas humanas».