l chalé de Pablo e Irene es un primer plano del desconcierto, que diría José Luis Garci. En pantalla grande y cinemascope, las fotografías de la piscina con barbacoa rebosan luz y decepción. Y los rostros compungidos de los protagonistas en rueda de prensa muestran el desajuste entre la realidad y el deseo propio de un movimiento político rehén del storytelling. Es la mirada del niño sorprendido en un travesura, pero que no termina de entender qué es lo que ha hecho mal. Eso es lo que tiene de revelador esta historia. Y la prueba definitiva de que la pareja en cuestión era el mejor modelo de liderazgo para la izquierda posmoderna. Lo que quizá ha ocurrido es que se han adelantado a su tiempo y ´la gente´ todavía no está preparada para aceptar la política de ficción y puro teatro que proponen. La naturalidad con la que han planificado lo que ellos llaman su proyecto familiar y el estupor con el que han recibido las críticas lanzadas desde sus propias filas ponen de manifiesto un grado de cinismo que hasta ahora siempre lograban ocultar con grandes palabras: la gente, los excluidos? Las mismas que ahora se han vuelto contra él. En su perplejidad les está diciendo a sus seguidores que todo es teatro, nada es real, todo es ficción, nada es verdad, excepto el poder: hay que parecerse al pueblo, pero ¿tengo que explicaros que el pueblo es solo una metáfora?

En la superioridad moral de la que siempre ha hecho gala la izquierda nunca faltaba el elogio de la austeridad, como una forma justa de no agregar diferencias y contribuir a una sociedad igualitaria. Los sandinistas, por ejemplo, lo llamaban ´la regla del no tener´. Pero todo eso es ya muy antiguo. La política, tal y como la entienden ahora, es pura simulación, cuentos sin fondo, sentimentalismo sin auténtica emoción. «Podemos funciona porque es sexy», solía decir Pablo Iglesias. Esa era la clave para entenderlos: una pasión poderosa capaz de mover voluntades con más fuerza que la razón. No cayó en la cuenta de que la izquierda sin valores se convierte en una cáscara vacía.

Y ahora sus seguidores, a quienes Pablo ha dejado con el rencor como única conciencia de clase, van a descubrir que siempre hay algunos más sexis que otros: son capaces de ver el glamour de las verdes praderas, pero nadie les convencerá de que haya nada sexy en un hipoteca a treinta años.