Hace un algo de tiempo, mis 'concafés' de la emisora (aclaro: son con los que comparto café y minicharla tras mi habitual programa de radio semanal) me recordaban que habían pasado sus buenos diez años en antena sin que nadie hubiera recordado el aniversario de tal programa en el aire, ni siquiera se hubiera citado tal efemérides, ni para bien ni para mal. Bueno, eso puede significar que cuela bien, suave y sin estridencias, pero se recuerda mal. Que tiene interés (por eso dura tanto) pero no hace historia (por eso no se recuerda) pero, sea como sea, así ha sido toda mi vida con todo. No hay que demonizar lo que es una constante en lo que a mí respecta. No pasa nada, pues el día que pase, igual no cuela. Este año es el treinta aniversario de este mismo periódico, por ejemplo. Pues bien, son exactamente los mismos años que llevo escribiendo en él.

Estuve casi quince años organizando una especie de Cáritas interparroquial, de invención propia y 'en comandita' con quien fue mi mejor cura y mejor amigo, Antonio, y ni a los cinco, ni a los diez, ni a la de tres se le escurrió ninguna onomástica al burritico del tío Andrés. Me tiré más de treinta años representando, defendiendo y luchando por los intereses y contra los gigantes ciegos y sordos de los empresarios, y otras cosas que me callo, y ni a la primera década prodigiosa, ni a la segunda, ni a la tercera, nadie se dio por aludido ni por vencido. Veinte años o así me tiré investido de juez togado de paz, y ni quinquésima, ni décima, ni vigésima, ni adiós muy buenas. Y así podría seguir contando a ustedes mi cuento de calleja existencial, tal cual. Pero no me malinterpreten, por favor, pues no lo hago en plan lamentaciones de San Agustín, ni quejoso ni quejumbroso, aunque alguno o alguna así me lo achaque, pues no sería cierto, ya que ni yo mismo me celebro mis propios cumpleaños, ni me acuerdo de ellos ni de ninguno de los míos, o sea, que no. Igual algún día a algún alguien se le ocurre ponerme unas velas de soplar delante de las narices, y me meto debajo de la mesa, dada la vergüenza y falta de costumbre. O me da un soponcio, dada mi poca fe.

Y puede, es posible, que en el fondo sea eso, que no tengo fe en tales fastos Se ven demasiados y muy falsos. Muchas, muchísimas veces, son esplendorosos palos en la espalda que suenan más que dicen. Otras tantas suelen ser palos en las ruedas, que igual suenan y también dicen mucho. Y otras veces suelen ser autopalos en las autoespaldas que quedan en autos de fe; perdón, en autos de selfie, muy logrados por programados. No sé, no sé. He asistido a tan pocos, poquísimos actos que sean auténticos y sinceros? Es que, si se fijan bien fijado, nos encanta compartimentar el fluir de la vida en señaladas y mundanas efemérides. Hoy hace tantos años que empezó, o acabó, la guerra tal. O que se inventó la aspirina. O que se descubrió América, o que siempre llueve hacia abajo. O que nació, o murió, aquel destacado Adán o aquella sublime Eva? Cuando lo auténtico, lo verdaderamente importante, es el hecho de que terminara la guerra, o que se inventara la aspirina o que se descubriera algo bueno para la humanidad, pero no cuándo pasó. Lo que importa es que ocurriera, no cuándo ocurriera. Así que elaboramos un álbum de efemérides, convertidas en tradición para luego acabar en fiestas más o menos rentables, que es lo que realmente importa.

Los jóvenes, quizá porque reúnen poca cohetería en su corta vida, puede ser, son los más afectados por el afán 'aniversitario', con 'a'.... Sobre todo cuando es compartido con otro u otra. Es que hace quince semanas que nos conocimos, al poco se celebra el cumplemeses que empezamos a salir, algo más tarde (castillo de fuegos artificiosos), es el Primer Aniversario anual, talycual. Y así para el conocerse, salir, quedar o acabar en? Y quizá por eso también sus cumpleaños se han convertido en explosiones celebratorias en sí mismas y por sí mismas, sin mucho más sentido que las propias fechas del almanaque. Ya desde niños se les educa muy bien orientados para que le den la importancia capital a su cumpleaños, pues que, como reza la copla, «el día que nací yo, nacieron todas las flores», y nunca, jamás, «el día que nací yo, qué mala jeró había», como también reza otra no menos vieja copla. Y se autoinducen los padres a invertir una soldada de su sueldo a comprar los cientos de regalos de los cientos de cumpleañitos de los amiguitos de los hijitos, desde el chupetito. Nada que ver con la intimidad familiar, por cierto. Y ya toda su existencia la basarán en efemérides, cumplealgos y díasde.

Sé que muchos y muchas me dirán, o lo pensarán, que estoy vertiendo en este artículo mi fobia a los tales festejalgos. Y puede que lleven razón. Es posible que me estén haciendo un merecido retrato que yo me niego a mirar. Pué ser. Pero es que hemos pasado de un tiempo en que no existían más homenajeados y homenajeadas que los que sacaba a procesionar el franquismo con sus mariachis, y todo lo demás era un plano, dulce, manso y plácido fluir de la existencia más anónima, y eso marca y repele, a otro tiempo en que los inducidos y/o autoinducidos homenajes están a la orden del día, por cualquier gilipollez más o menos supina. De tal manera que hasta faltan días del año para reconocer 'diasde', y años al siglo para bautizar 'añosde'. Y ya es demasiado. Nos estamos pasando, pues nada merece tanto.

Por eso les digo a mis 'concafés' del principio' que no uso, que no suelo, que no acostumbro, y que me siento incómodo, y que prefiero un pasar de puntillas, desapercibido, con el día a día como camuflaje, porque me encuentro un tanto ridículo con lo que no conozco ni reconozco. Y por eso lo digo aquí, públicamente, para dejarlo aclarado en todo punto para siempre y a partir de ahora? ¿Me comprenden?, ¿no?.. pues puede que yo tampoco, pero qué quieren que les diga? es que es así como lo siento, ya saben?