¡Por fin! Hemos sacado de las cajas las bermudas y la manga corta, aunque si uno se confía en exceso, puede pillar un buen resfriado, porque el tiempo sigue tan loco como todo lo que llevamos de año y da la sensación de que nuestro lujo de clima mediterráneo se asemeja cada vez más al tropical del otro lado del charco y lo mismo nos asamos, que nos cae una tromba repentina y el viento se lleva por delante todo lo que anda suelto. Parece que se acabó esta locura de primavera y que la estabilidad de un cielo soleado con elevadas temperaturas se impone y las escapadas a la playa apetecen cada vez más.

Así se encuentra uno en el debate interno de si se da el primer baño de la temporada o no, cuando te llega a uno de esos grupos de Whatsapp, en el que contabilizas los mensajes no leídos por cientos, una fotografía de una preciosa carabela portuguesa tomando, plácidamente, el sol en la arena de una playa de La Manga, con uno de sus hoteles al fondo. Se inicia, entonces, un breve debate sobre si se trata de un montaje o de una imagen real, pero lo de menos es quién se impone, porque el resultado es que decides aplazar el baño para otro momento, en el que te muestres más valiente o no te corten el rollo con mensajitos alarmistas sobre bichos azulados que hasta han provocado el cierre de playas en municipios de Alicante, porque son tan peligrosos que su picadura puede provocarte la muerte. O eso dicen.

Y en esto que decide uno tumbarse un ratito y tu mujer te apunta con alarmante contundencia: "Mira que me gusta poco bañarme, pero este año se va a meter en el agua su tía". Seguidamente, me leyó el llamativo titular que recogía este periódico hace apenas unos días: "Orcas en la bahía de Mazarrón". Un vídeo precioso de estos cetáceos nadando y saltando por el agua acompañaba la información, pero las imágenes eran tan bonitas como alarmantes, al menos para los más temerosos, a los que el primer apelativo que se le ocurre añadir al animalito marino es el de asesina. Es verdad que el cine tiene buena parte de la culpa de esta asociación de términos, pero la orca se gana a pulso esta fama, al estar considerado como un cetáceo superdepredador capaz de meterse entre pecho y espalda nada menos que un temido tiburón blanco, el más peligroso de los escualos. Y claro, a mí, que cuando veo un pez más grande de lo normal agitándose a mi alrededor, me entran los siete males, se me quitan las ganas de bañarme para todo el verano.

Aunque uno se plantea quiénes son más bichos, si las carabelas del país vecino, las orcas o quienes contribuyen a que la Autoridad Portuaria de Cartagena extrajera del mar el año pasado hasta 7.800 toneladas de basura. Se nos debería caer la cara de vergüenza, sobre todo, porque son dos mil quinientas toneladas más que el año anterior. Vamos, que seguimos a este ritmo y convertiremos, si es que no lo hemos hecho ya, el Mediterráneo en un estercolero, como ya ha ocurrido con el Mar Menor. Para que se hagan una idea de cuánto son 7.800 toneladas, es como si lo que hubiera sacado el Puerto de sus dársenas fuera la Torre Eiffel entera y algo más, aunque en este caso, la mayoría de lo recuperado de los fondos no es hierro, sino plástico. No me extraña que ante tanta porquería, los bichos que la consideran un manjar le cojan el gusto a nuestras costas y decidan visitarnos. Y tampoco sorprende que en apenas dos años hayamos pasado de ser el municipio del Mediterráneo con más banderas azules en nuestras playas a perder más de la mitad y lucir solo cinco, por supuesto, ninguna de ellas en el Mar Menor, donde ni siquiera se han molestado en solicitarlas.

La verdad es que tantas desgracias costeras estamos experimentando últimamente, que le da a uno por pensar si no será que nos han echado el mal de ojo. O quizá hay por alguna parte una mano negra que ha lanzado una campaña contra nuestro litoral para frenar su evidente impulso turístico y tratar de llevarse los visitantes y sus carteras a otra parte. Porque no sé si la foto de la carabela portuguesa delante de un hotel de La Manga, que circula por las redes sociales, será realidad o sueño, pero lo que es evidente es que el bicho sale hasta posando y luce su mejor o peor cara, según se mire.

Y, mientras tanto, nosotros aquí seguimos más empeñados en echarnos las culpas de esta marejada medioambiental que nos hemos buscado y que amenaza con lastrar nuestra imagen como destino turístico de primera categoría, que en trabajar de forma conjunta para lavar, primero, nuestros mares de tanta porquería y, después, nuestra imagen, a la que seguro que muchos aprovechan para echarle más detritos.

Al final, para disfrutar de un baño saludable, no serán los madrileños los que acudan en masa a las costas levantinas, sino que seremos nosotros los que nos desplacemos a la céntrica capital del país para chapuzarnos en las aguas de la Virgen de la Nueva, la playa que ha conseguido para Madrid la primera bandera azul. ¿O acaso se creyeron aquello que cantaban The Refrescos a finales de los ochenta de que allí no hay playa. ¡Claro que hay! Y sin medusas asesinas ni orcas. ¡Vaya, vaya!