La primera condición de un sistema es ser creíble. Puede ocurrir que, al atender a un aspecto, se desatienda otro. Incluso con desajustes es lógico pedir paciencia y comprensión.

Hay una imagen que se me ha atravesado en varias ocasiones. En plena selva un profesor se halla ante diversos alumnos: un mono, un elefante, un pez en una pecera, un águila y algún otro que no viene al caso. Para que haya imparcialidad, todos han de enfrentarse a la misma prueba: trepar a un árbol.

Es frecuente que quien usa la imagen pretenda mostrar una evidencia, una moraleja, una verdad y sólo una. Algo así como que la enseñanza que valora los resultados (lo que saben o son capaces de hacer los alumnos) comete una tremenda injusticia al ignorar las diferencias individuales. La conclusión a la que se nos pretende llevar es que el sistema educativo debe mirar menos a los resultados y mimar más a los alumnos, sus capacidades y necesidades. Así de simple.

Es simple, sí. No cabe discutir la simpleza; de ahí que quien carece del hábito de reflexión, se trague esa conclusión. Pero se pueden hacer otras lecturas.

Se puede pensar que un sistema educativo que otorga un título debe garantizar que quien lo obtiene ha adquirido cierto nivel de competencia, con más o menos ayuda, en más o menos tiempo. Si el título que se otorga es el de trepador de árboles, el mono lo obtendrá en un plis plas, el pez nada de nada y otros habrá que ver. Un título puede capacitar para trepar árboles o para quitar un tumor; por eso, debe ser fiable, debe otorgarse a quien esté capacitado. O se da sólo a quienes sean capaces de operar con competencia o trepar a los árboles, o es una estafa. El pez no puede obtener un título de trepador de árboles. La institución que otorgase ese título perdería credibilidad y esos títulos perderían todo su valor inmediatamente. Así de simple.

La primera condición de un sistema es ser creíble, no mentir. Si los peces no pueden trepar, que no se les dé título de trepador (es que así, quien sí lo obtiene, tendrá un título fiable de una institución creíble). Nuestro sistema educativo da títulos de diverso pelaje, desde Enseñanza Primaria hasta másteres varios; pues eso, que si alguien ha obtenido un título en nuestro sistema, que se sepa si respira bajo el agua o trepa árboles. Pero pretender que todos (al margen de sus cualidades) accedan a la universidad es matar la universidad; pretender que todos tengan un título universitario es quitar valor a las licenciaturas.

Y lo dicho no quita un ápice de importancia a las diferencias de los alumnos. La cuestión es que el nivel básico, elemental, obligatorio ha de ser alcanzable por todos; pero no tirando el nivel (y el título) por los suelos sino estableciendo claramente el nivel y las ayudas a quienes las requieran. Es difícil no enternecerse ante los alumnos que tienen algún tipo de dificultad. Son los denominados 'Alumnos con necesidades educativas especiales'. Hace, al menos, décadas que el sistema educativo no escatima dinero y recursos humanos para apoyar a esos alumnos.

Tenemos, pues, dos aspectos. En primer término, la necesidad de no mentir: que cuando una institución otorgue un título garantice que quien lo obtiene realmente está capacitado para operar o trepar árboles y, en segundo término, se ha de hacer un esfuerzo para ayudar a quienes lo necesiten para adquirir (realmente) el nivel que les permita obtener el título. Ambos aspectos me parecen importantes.

Esta semana diversas asociaciones que tienen relación con alumnos con necesidades educativas especiales han lanzado una campaña para visibilizar su situación. Si lo entiendo bien, no se sienten tratados según sus necesidades.

Por seguir con la imagen, si todos tenemos claro que pedir al pez que trepe al árbol sería injusto (porque nunca podrá hacerlo y, por tanto, nunca debiera obtener esa titulación), ¿qué diríamos si se le exige al águila que trepe al árbol y nada más porque en este nivel se trata exclusivamente de trepar?

Si el asunto es trepar al árbol, el mono lo hará con facilidad, otros necesitarán una ayudita, otros (el pobre pez) no podrán. Pero ¿y el águila? ¿Qué hacemos con ella, cuáles son sus necesidades? Quizá podríamos considerar que, en relación con el árbol, el águila es superdotada o, como se estila en la fraseología al uso, tiene 'altas capacidades'. Al águila le corresponde aburrirse como una ostra, acarrear la pecera hasta las alturas o vaya usted a saber. Lo que está claro es que ahí no va a poder desarrollar sus posibilidades que es, precisamente, lo que necesita un águila.

O, ya sin metáforas, que los alumnos de 'altas capacidades' son penalizados por el sistema: obligándoles a oír una y mil veces lo mismo que entendieron la primera vez y, a ese aburrimiento, le añaden algunas 'tareas extra' fuera del horario escolar. O sea, se les penaliza con el aburrimiento de contenido y con más tiempo de aula. Con ese tratamiento, si fueran águilas no aprenderían a volar y quizá ni obtendrían el título de trepa-árboles, ¿para qué?

Pues, según dicen varias decenas de asociaciones a nivel nacional, la legislación educativa sí establece que se atienda a estos chicos con altas capacidades. Y lo que piden es que se cumpla la ley. No parece un despropósito. Seguro que las consejerías de Educación de las distintas Comunidades autónomas estarán encantadas de colaborar para que quien pueda vuele alto.