Un amigo me llamó presa de una angustia incontenible. Su hijo, con apenas quince años, quería hacerse periodista, lo que a su juicio era tanto como anunciar su suicidio. Le advertí de que yo soy muy malo dando consejos. Suelo evitarlos. «Doy consejo/a fuer de viejo/nunca sigas/mi consejo», decía Machado, y se quedó corto. Los viejos no deben dar consejos, sino contar cuentos y parábolas. Comprometen menos y son más tolerables. Aun así admití tomarme un café con el muchacho. Un chico inteligente, inquieto, curioso, un fisco redicho.

Puso los periódicos del día sobre la barra del café. ¿Qué estaba mal y qué estaba bien? Me rasqué la cabeza un rato. Después hablé. Le dije que

a) Estudiara cualquier cosa, menos periodismo, o esa fantasía epistemológica que llaman, con evidente indecencia, Ciencias de la Información. Economía, Derecho, Sociología, Publicidad, Ingeniería de Caminos. Cualquier cosa: técnicamente el periodismo es un conjunto de oportunidades, normas, formatos y procedimientos que se aprenden fundamentalmente durante su ejercicio.

b) Reparara en que el periodismo no es una práctica retórica o un subgénero literario. Está bien haber leído ensayos y cuentos (menos novelas o sonetos) pero lo más provechoso es que se pusiera a leer ciencias sociales, matemáticas y estadística. Que aprendiera a leer un gráfico estadístico, unos presupuestos públicos, los conceptos financieros básicos, urbanismo o psicología social. Disciplinas e instrumentos útiles para comprender lo que pasa (aproximadamente) y saber exponerlo de manera inteligible, atractiva, sintética.

c) Considerara que, en relación con el punto anterior, la opinión es una confusa ciénaga, pantanosa y fosforescente cuya luz hipnotiza tanto que te distraer de su hedor. El periodismo es sustancialmente información, no opinión, que en el mejor (y más infrecuente) de los casos es un tributo complementario, secundario.

d) Aprendiera a hacer correctamente de todo, pero que se especializara en algo concreto y pugnaz. El relato analítico de espacios informativos (internacionales, económicos, sociales) cada vez más complejos representa el futuro del mejor periodismo que podamos imaginar para el futuro.

e) No olvidara jamás los contextos. El periodista debe contar lo que pasa, pero debe contextualizarlo para que cobre coherencia y sentido y resulte comprensible. Ahí, sobre la mesa del bar, en un periódico local, alguien decía que alguien le había hecho algo. El periodista debe contextualizar los actores, las acusaciones, los hechos, las palabras y los silencios. Sobre todo los silencios. Sin contexto no existe periodismo: solo libelo, chismografía e ineptitud.

f) No olvidara tampoco que no es un genio. Ni héroe. Ni un clérigo. Prescinde de convertirte a ti mismo en un relato, un retrato, una Eneida con salario base interprofesional. Tu misión no es contar la verdad pura como un diamante, desenmascarar a los poderosos y salvar a los parias de la tierra de su propia y melancólica ignorancia. Esto es una redacción, no el rodaje de Los Vengadores Infinity War. En las redacciones abundar los mediocres, los gandules, los chismosos, los egomaníacos, los hijos de puta. Como en todas partes. Unos pocos, muy pocos, serán buenos amigos y compañeros toda la vida. Otros, todavía menos, te enseñarán sin darte una sola lección. Muy probablemente los que te enseñen no vaten lo que tú, no coman lo que tú, no lean lo que tú, no opinen lo mismo que tú respecto a la liga de fútbol, la música o los partidos políticos. Todo eso es irrelevante para aprender periodismo.

g) Todos tienen intereses y los intereses no son inocentes. Todos son capaces de mentirte y lo hacen. Los del PP, los de Cs, los del PSOE, los de Podemos. Los señores del ladrillo y la sanidad privada y los sindicatos y los que quieren crear un mundo mejor y así más fuerte poder cantar. Es una de las cosas más sorprendentes que descubrirás. La otra es que el periodismo siempre es un compromiso cargado de relatividad, no una luz que puedas encerrar en un reportaje o un documental.

Entonces levanté la vista para pedir otro café. Pero el chico se había marchado. Igual lo convencí y se hace un hombre de provecho: un buen médico, un buen profesor, un buen zapatero.