Ya sabemos que los jueces, con toda la razón del mundo, piden respeto para sus resoluciones, para el ejercicio de su trabajo. Un respeto necesario que exige la separación de poderes, porque ésta sirve para equilibrar y limitar el poder del Estado mediante la implantación de controles tal y como explicaba Montesquieu: «Todo hombre que tiene poder se inclina a abusar del mismo; él va hasta que encuentra límites. Para que no se pueda abusar del poder hace falta que, por la disposición de las cosas, el poder detenga al poder». Esto significa, en román paladino, que es necesaria la separación de poderes: potestad legislativa, ejecutiva y judicial, para que sean independientes entre sí porque esto es el principio fundamental de la democracia.

Hasta aquí todos de acuerdo. Pero ese respeto no puede situar a los jueces por encima del bien y del mal. Porque cualquier ciudadano, cualquier colectivo, por muy noble y principal que sea, en una democracia ha de estar sometido a los latidos de ésta, al sentir de ésta. Que distintas asociaciones profesionales de jueces hagan oír su voz para defender ese respeto a las resoluciones de los jueces del llamado 'caso de La Manada' solo refleja el sentido corporativista que anida en nuestra sociedad (hablo de jueces, de periodistas, de políticos y de todo lo que ustedes quieran), incapaces de despojarse de cierto clasismo. Pero digan lo que digan algunas asociaciones de jueces (otras guardan silencio, avergonzadas) en el siglo XXI un juez, cuando cinco hombres fuertes, con pinta de mucho gimnasio y poca vergüenza acorralan a una chica de 18 años, muchísimo más frágil, muchísimo más indefensa, y la acosan, y la amedrentan y la violan no puede afirmar en su voto particular que 'no aprecia' en el contenido de las pruebas aportadas (vídeos e imágenes) «signo alguno de violencia, fuerza o brusquedad ejercida por parte de los varones sobre la mujer». «No puedo interpretar en sus gestos ni en sus palabras intención de burla, desprecio, humillación, mofa o jactancia de ninguna clase». ¡Por Dios! que cinco hombres grabaran un vídeo mientras abusaban de una mujer, se jactaran en las redes sociales (uno de ellos presumió de la hazaña de los cinco) y penetraran a esa mujer once veces, hasta que se cansaron ¿no es mofa? ¿no es jactancia? ¿no es burla? ¿no es violación? Es más, este juez se permite insinuar que la víctima estaba disfrutando, que sus gemidos eran de placer y que todo formaba parte de un ambiente de jolgorio y no sé qué barbaridades más.

Miren por donde, el juez no solo es juez, es experto en las reacciones sexuales del género femenino. Desconocemos la experiencia en el tema del señor juez, pero nos parece muy atrevido (yo espero que los jueces también respeten mis opiniones, dadas en función de mi profesión de periodista) el hablar como un experto en la materia, porque no todo el mundo sería capaz de distinguir el gemido de dolor del de placer: a veces pueden confundirse, pero al parecer él no alberga la más minima duda.

Hay países en que los jueces son evaluados periódicamente para ver su evolución como ciudadanos. Para comprobar si la sociedad ha entrado en ellos. Porque no basta con interpretar las leyes. Decidir sobre un problema de género no puede estar en manos de cualquiera. Se necesita una cualificación, una delicadeza, que ha estado ausente en este tribunal que en su resolución muestra una preocupante ausencia de sensibilidad. Por una parte admite que la víctima estaba en shock, que no podía responder, que estaba (esto lo digo yo, acojonada) incapaz de reaccionar, pero por otra parte considera que no era una violación, que era solo abuso.

Al parecer, ella debería haberse hecho matar, como única posibilidad de que a ellos se les acusase de violación. Y, por cierto, dos personajes de la Manada, el guardia civil y el militar, continúan cobrando de nuestros impuestos. ¿No suena a sarcasmo?