Mañana, 1 de mayo, será día de descanso para quienes disfrutamos de la fortuna de tener trabajo, pero la mayoría de nosotros no nos plantearemos de dónde proviene la fiesta. Ves pasar la manifestación, te guardas para ti lo que piensas de sus carteles y sus gritos y te da coraje tener un día libre pero encontrarte las tiendas cerradas.

Al final, tanta reivindicación y tanto mensaje repetido se diluyen en frases hechas de los sindicatos, que se repetirán cansinamente en el telediario y que cualquiera de nosotros podría repetir: que si queremos empleo de calidad, que si se han perdido derechos durante la crisis... Porque a estas alturas y en estos tiempos, afortunadamente queda ya poco que rascar y los trabajadores tenemos cubiertos nuestros derechos, o por lo menos la mayoría. Sí, es justo reconocer sus logros y valorarlos, pero un poco de acto de contrición tampoco les vendría mal.

El Día Internacional de los Trabajadores se sucederán movilizaciones con las que se supone que los sindicatos reclamarán condiciones laborales más justas, y una vez más culparán de todo al Gobierno para empezar a enviar consignas de precalentamiento de campaña electoral.

No quiero insistir en lo que ha derivado esta conmemoración porque me pueden tirar las piedras a mí cuando mañana salga a la calle, sino en su origen, aquel tiempo en que las cosas pintaban feas de verdad y no como ahora, cuando los fraudes y la corrupción también salpican a unos sindicatos que siguen aleccionando y reclamando sobre aquello de lo que ellos no dan ejemplo.

En el siglo XIX, cuando tiene origen esta festividad, los obreros sí que las pasaban mal, con condiciones verdaderamente precarias en las que el pan de cada día eran la explotación infantil y la ausencia de días de descanso. No existían prestaciones por desempleo ni se respetaba la salud de los empleados.

La idea de fraccionar los días en tres partes era el lícito objetivo de quienes se partían el lomo en las fábricas: ocho horas para trabajar, ocho para dormir y el resto para las actividades privadas. Por eso fueron a la huelga un primero de mayo de 1886 en Estados Unidos, paralizando la producción. Alrededor de esta jornada se sucedieron las movilizaciones de Haymarket, ya con tintes violentos, que acabaron con la explosión de un artefacto contra la Policía, que repelió la agresión disparando. El incidente acabó con muertos y heridos en ambos bandos.

La detención, el juicio y la posterior condena a la horca de cinco obreros, los llamados Mártires, fue un hito en esta revuelta, que dio lugar a los primeros reconocimientos de derechos laborales, como la jornada de ocho horas, que en España se reconoció en marzo de 1919, antes que en ningún otro país europeo

Mirar atrás para rememorar el por qué de este festejo da auténtico pudor. Ahora, en lugar de ir silbando al trabajar, nos quejamos de vicio.