Ahora, cuando tanto se habla de cómo disponer agua por estas tierras, que si trasvases, que si desalación, que si sondeos, quizás se nos esté olvidando una fuente de agua complementaria en la que casi nunca reparamos: el propio cielo.

Es verdad que en la Región de Murcia llueve bien poco, casi nada en comparación con tanto como necesitamos. Pero también es cierto que cuando llueve lo suele hacer fuerte. En esas ocasiones, pongamos por caso media hora de lluvia torrencial, cae una enorme cantidad de hectómetros de agua sumando toda la que se precipite por todo nuestro entorno.

En donde yo vivo basta un poco de lluvia intensa para que la calle principal, que tiene una pequeña pendiente, se convierta por unos momentos en un torrente desbocado. Los coches desalojamos a nuestro paso litros y más litros de agua, en tanto más de una bolsa de plástico de principio de la calle terminará alojada en algún matorral varios kilómetros abajo.

Yo soy bastante inútil para calcular el volumen de un agua en movimiento, y aun así me doy cuenta de que en estas escorrentías, y a todo lo ancho de mi larga calle, se mueven una enorme cantidad de litros por segundo. Imagino, además, la suma del agua bajada en mi calle con la del agua que sigue el mismo proceso en tantas otras calles, cunetas, tejados con canalones y laderas desnudas. Y aunque no tengo comparativa, puedo pensar que esa suma daría para beber y regar a la mitad del pueblo en varios meses. ¿Se podría hacer? Quizás no siempre y no de forma fácil, como pongo yo en este ejemplo simplista de la calle desbordada, pero por supuesto que se puede recolectar (cosechar, también le llaman) el agua caída de la lluvia. No otra cosa son los aljibes, ya tan anecdóticos y relegados a casas rurales sin otra infraestructura, que durante siglos fueron elementos indispensables para la vida cotidiana.

El legado de siglos en las técnicas de cosecha de agua, junto con la tecnificación y mejora de procesos de que ahora somos capaces, podrían aportar un interesante plus de agua disponible. Muchos científicos lo están estudiando como forma no sólo de tener más agua sino también como técnica de conservación del suelo y desarrollo de cultivos, pastizales y arbolado.

Microcuencas, cosechas de aguas de inundación, sistemas de captación externa y otras técnicas son ya bien conocidas en la literatura científica y están demostrando su utilidad productiva en muchas zonas áridas y semiáridas del planeta. Los israelíes en el desierto del Negev lo saben bien, y en otros tantos países africanos o de América del Sur hay numerosas experiencias que informan sobre la viabilidad del proceso.

Quiero decir con todo esto que por estos lares también podríamos decidirnos a investigar y planificar en detalle las posibilidades de las técnicas de cosecha de agua como otra opción más para esta región sedienta, doliente y a la que, si cabe, el cambio climático va a convertir en aún más seca y torrencial.