Pongamos que tengo un cuñado y que se llama José Pedro. La cosa de la cultura no es su fuerte (ni falta que le hace), pero una vez, hace un par de años, contrató a un mago para la fiesta de cumpleaños de su zagala la mediana, que tenía capricho. Aunque la historia salió fatal, el tío un borde, los críos llorando, mi cuñao ya puede acreditar con ello más experiencia como gestor cultural que la nueva consejera del ramo de mi Gobierno regional, la joven abogada experta en ciberacoso doña Miriam Guardiola. También se ven superados sus tres últimos predecesores en el cargo ( Pedro Antonio Sánchez, Noelia Arroyo y Javier Celdrán), así como la pandillita de enchufados (200.000 euros se llevan al año entre todos) de esta consejería: Rafael Laorden, Joaquín Segado, Jaime Escribano, Elena Rodríguez y el ínclito José Antonio Martínez-Abarca. Cierto es que la señora Guardiola tiene un blog. Por no sacar siempre solo lo malo. Que luego decís.

No hay que ser muy lince para deducir la relación entre este 'todo vale' en la gestión cultural pública de la región y sus pésimos resultados: segunda Comunidad Autónoma por la cola en el último informe anual del Observatorio de la Cultura de la Fundación Contemporánea, a pesar de haber contado para el ejercicio 2017 con un importante aumento presupuestario (del 14%, hasta casi los cincuenta millones de euros).

La ausencia de planificación, de criterios técnicos en la gestión, de buenas prácticas (como convocatorias públicas para las plazas de dirección de los centros culturales, por ejemplo) o de análisis de demandas y necesidades previos a la toma de decisiones son males endémicos que se han señalado mil veces, así como la tendencia al nepotismo, a una concepción de la cultura más como industria que como derecho humano, a la dispersión del presupuesto para financiar cosas como el Año Santo de Caravaca, la promoción de la tauromaquia o la restauración de reliquias religiosas, a la espectacularidad vacua de las actuaciones o a funcionar a base de anuncios impactantes a doble página que ni siquiera necesitan materializarse después, un tic muy característico de la señora Arroyo cuyo recuerdo aún suscita sonrisas sardónicas (ese Peter Greenaway que iba a hacer spots para el año jubilar, ese bono cultural, esos planes de fomento de la lectura de la marmota, etc).

Tímidas iniciativas bien encaminadas, que incluyen atisbos de metodologías participativas, como el Plan Escena o el Asociarte, se ven arrinconadas por una forma de gestionar que pervive desde la época de Pedro Alberto y consiste en 'tener una ideaca', lanzarla sin estudio previo o consulta al sector, llevarla a la práctica sin evaluación y cerrarla a capricho, prácticas que no solo conllevan unilateralidad, inestabilidad e ineficacia; también alarmantes derroches.

Mención aparte, ya que justo ayer fue el Día del Libro, merece la desidia (que ya más bien parece desconfianza mutua) con que viene tratando nuestro Gobierno regional el mundo de la lectura en un momento en que la literatura murciana vive tiempos fantásticos, tanto por número y relevancia de autores como por nuevos proyectos editoriales que nuestros gestores, ojo al disparate, no reconocen como industrias culturales, y por tanto no protegen (ninguna otra CC.AA. discrimina así a sus editoriales). No solo no existe un órgano específico para el fomento de la lectura, como en la mayoría de CC.AA., es que ni feria del libro tenemos, no vaya a ser el demonio que nos dé por leer en Murcia y desmontemos los estereotipos.

En este contexto destaca aún más si cabe la excelente gestión cultural que está llevando a cabo el ayuntamiento de Cartagena, democratizando, estirando cada céntimo y multiplicando iniciativas y públicos según un modelo totalmente opuesto al de la gran inauguración, el photocall y el eventazo con pólvora de rey. Si viene a cambiar las cosas y a ventilar rancias prácticas, como corresponde a alguien tan joven y competente (yo quiero creer que va a ser así), la consejera ya tiene un buen ejemplo a mano. El blog, por cierto, las cosas como son, muy chulo, oiga.