Mucho antes del Tamagotchi ya teníamos en Murcia nuestros hijicos que cuidar, que durante un par de semanas no nos separábamos de ellos. Otro de los signos de la Primurciavera, el solecico y las ganas de pasarlo bien, era nuestra prueba de fuego vital, como un bautismo de responsabilidad sólo comparable a la Primera Comunión, o al examen del carnet de conducir, que pasábamos cuando ya no podíamos decir nuestra edad con una mano. Las dos semanas en las que no nos separábamos de una caja de zapatos. Me refiero, claro, a los gusanicos de seda, en aquella práctica por la que hemos pasado todos, en la que aprender el ciclo de la vida, el respeto por la naturaleza, la historia de nuestra tierra y a la vez, hacer ejercicio físico, en una de las acciones educativas más completas que existen.

Quién no se ha pasado una hora de reloj mirando cómo el gusanico se acercaba sigilosamente a la hoja de morera, y empezaba a comer bocadico a bocadico, que era una delicia, que hasta venían tus padres al cuarto sorprendidos por el silencio a ver qué estabas haciendo. Embobado, asistiendo a cada movimiento, colocándole a nuestras criaturicas las hojas de morera más jugosas que habíamos encontrado, que esa era otra, recorrer la ciudad trepando árboles para hacer una buena carga de alimento gusanístico, y de paso, pillar un par de atracones a moras negras y rojas. Cómo se comían las hojicas los gusanos, acho, menudos atracones se pegaban, los payicos, con sus tenacicas en la boca.

La caja de zapatos, los agujericos, despertarse por la mañana, y lo primero, ir a abrir la caja a contar los gusanos, y ver cómo iba el asunto€ hasta que de repente, un día, abrías y los gusanos se habían convertido en capullicos de seda, amarillicos, blancos, que eran una delicia. He de confesar que hasta ahí, me moló el asunto, pero después, las palometas siempre me dieron algo de repelús. Casi no podían ni volar€ claro, pensaba yo, si no habéis hecho más que jalar y jalar, cómo van a poder volar€ y más bien eran feicas, que eso de la mariposa se les quedaba grande. Como la mítica visita a la Leche El Prado, y aquel olor imborrable del recuerdo, o la excursión al Valle Perdido para jugar el partido de fútbol aquel en el campo grande de todos contra todos, la cajica de gusanos de seda marcó nuestras vidas. Ahora, estos días, atentos, que por la calle andan los zagales, entre ratico de Play y de ordenador, paseando sus cajicas de zapatos con agujeros. ¿Criaste gusanos de seda? Vale.