A principio de esta semana, salí de casa para ir al hospital a hacerme una prueba, nada importante. Justo al salir del garaje con el coche hacia la calle, me encontré detrás de un enorme vehículo (un monovolumen de esos que por el brillo ya se ve que es carísimo) que circulaba muy despacio. Después de recorrer medio kilómetro detrás de él a una velocidad inferior a la de un caracol con lumbago, el vehículo se detuvo en mitad de la carretera y (unos segundos más tarde) el conductor puso el intermitente. Entonces, cuando comenzó a girar, pude observar que se trataba de una conductora que iba hablando por el móvil a carcajada limpia, como si estuviese viendo un programa del Comedy Channel, con dos niños sentados en sus silletas en la parte trasera. Impresionado por su comportamiento, le pité suavemente y le hice saber con un gesto de la mano en forma de teléfono que no se podía conducir hablando por el móvil, esperando que la mujer pidiese disculpas. Se me olvidó que estaba en España.

La mujer no solo no pidió disculpas, sino que aún tuvo más que decir y (tras la ventanilla) comenzó a hacerme gestos descontrolados como los de un gorila enfadado detrás de una cristalera. Sin lugar a duda, su nivel económico y su nivel cultural no iban a la par, y ya se sabe que no hay nada peor que un imbécil con dinero. Seguramente, incluso imagino que esa madre tan bien vestida con ropa de marca será de esas que protestan porque en la escuela no les enseñan a sus hijos a usar correctamente las nuevas tecnologías. En fin.

Puede que algunos solo vean en esta anécdota una simple historieta, una curiosidad, pero es el reflejo de un tipo de conducta (muy extendida) que se ha contagiado en nuestro país gracias a una educación (tanto familiar como escolar) sin ética. Ya sé que a algunos, cuando se habla de ética, les sale un sarpullido por el cuerpo, pero la ética es básica en la educación. La ética es la disciplina filosófica que estudia el bien y el mal y sus relaciones con la moral y el comportamiento humano. En España, llevamos tanto tiempo sin ética en las aulas (y en las casas) que parece que el comportamiento natural es el del sinvergüenza, el de aquel que, haga lo que haga, nunca le pasa nada.

Si echamos un vistazo al panorama social y político, nos damos cuenta de que en nuestro país se ha generalizado ese tipo de conducta: el que nadie dimita por sus engaños y triquiñuelas para conseguir tal o cual máster, el que nadie reconozca abiertamente su error y pida perdón por tirar a otro piloto de la moto sin necesidad de justificarse, el que nadie se sonroje por aparcar en zona de minusválidos, el que nadie baje el volumen de su radio por si molesta a los vecinos, el que nadie tire las colillas a la basura, el que nadie cumpla las normas de la comunidad o el que nadie guarde silencio en el cine.

La mujer de la anécdota demostró con su actitud que le es indiferente poner en riesgo la vida de los otros conductores, conduciendo mientras hablaba por el móvil; también demostró que no piensa en el resto de los conductores al no poner los intermitentes a tiempo y, por último, también demostró que ella no se siente responsable de nada de lo que pueda suceder por sus actos. Como ciudadana, es absolutamente despreciable. Pero lo peor es su ejemplo como madre. Como dice el proverbio africano, «se necesita a toda la tribu para educar a un niño». Lo malo es cuando la tribu es la que no está educada.