"Si las mujeres hubiesen escrito libros, seguramente todo habría sido diferente", afirmó la escritora medieval Cristina de Pizán. Tiene mucha razón Cristina porque para poder escribir hace falta cultura, tiempo y tranquilidad. Las dificultades históricas de acceso a la cultura que han sufrido las mujeres son obvias. Por fortuna esta cuestión está en vías de solución, gracias a políticas educativas más igualitarias y a cambios culturales en cuanto al papel de la mujer en la sociedad, al menos para un cierto grupo de mujeres de nuestro llamado 'primer mundo' ya que persisten los obstáculos para quienes forman parte de otros colectivos en los que la desigualdad se perpetua, ya sea por causas socio-económicas, de pertenencia a una etnia o ser migrante.

En todo caso, el tiempo y la tranquilidad son dos temas que están muy lejos de resolverse y que ponemos en duda que tengan solución sin claras intervenciones en políticas de género. Hay muchos factores que influyen en esas dos cuestiones que, además, generan situaciones físicas y psicológicas que deterioran la salud de las mujeres. Entre esos factores el estrés tiene un papel clave. La sensación interna de falta de tiempo, la multitud de tareas, personales, profesionales, sociales y familiares a las que tenemos que atender generan estrés. El estrés mantenido se cronifica y se convierte en uno de los más potentes depresores del sistema inmunológico aumentando, inevitablemente, la producción de sustancias que generan un estado de inflamación en muchos órganos. Este es el primer paso para acelerar el envejecimiento, el deterioro cognitivo, y la aparición de muchas enfermedades, entre ellas las degenerativas, que, sobre todo, afectan a las mujeres. Según la American Psychological Association (APA), las mujeres sufrimos más estrés que los hombres, más depresión, enfermedades como el intestino irritable y la fibromialgia, por citar algunas. Amén de otros síntomas asociados como cefaleas, insomnio e hipertensión que, a su vez, contribuyen a perpetuar el círculo del estrés. Es cierto que, de media, las mujeres viven algo más que los hombres, pero con una calidad de vida muy inferior en sus últimos ocho años.

Sabemos ya que uno de los temas importantes para la salud es la alimentación. «Que tu alimento sea tu medicina y que tu medicina sea tu alimento», decía ya Hipócrates en el siglo V-IV a. C. A través de mecanismos que están involucrados con la modificación de la flora intestinal, tanto la alimentación como el mencionado estrés influyen poderosamente en nuestra salud. Hay un eje intestino-cerebro que conecta ambos órganos mediante el que se produce una importante y necesaria comunicación continua y bidireccional.

Pero no sólo tiene influencia lo que comemos, también su elaboración y cómo lo comemos. Las mujeres históricamente han sido las salvaguardas del sustento del grupo, no sólo como medio de supervivencia, sino también como trasmisión de cultura y valores a través de la elaboración de los alimentos. Han sido las encargadas de convertir los productos en nutrientes para las personas. Como menciona Margarita Sánchez Romero, profesora del Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Granada, «la manera en que nos alimentamos significa también elementos de identidad». Pero esta importancia que tiene nuestra nutrición no parece que guarde relación con la valoración del esfuerzo que supone todo el trabajo previo.

En definitiva son usos del tiempo femenino que han sido relegados a un segundo orden, han sido descritas las recetas sin explicar la importancia que tienen en la salud y en el mantenimiento de la cohesión social. El proceso de producción y elaboración de alimentos no es menos importante que la producción de cualquier otro instrumento, pero se entiende, desde una perspectiva de género, que esto último ha tenido mucha más relevancia histórica porque la tecnología se ha atribuido a los hombres.

El tiempo femenino no tiene el mismo valor que el masculino, es tiempo denostado, obligatorio, decretado para los demás, no remunerado. Pero, como todo, tiene un precio: se paga en salud, en mala calidad de vida y en insatisfacción.

No cabe duda de que el estrés es un tema que afecta tanto a hombres como a mujeres. Queremos poner el acento en el de las mujeres porque la actividad que lo genera permanece invisible y desvalorizada, porque no se paga, no cotiza y la enferma. La psicóloga chilena Clara Coria encontró en un congreso este texto anónimo: «Por cada mujer que da un paso hacia su propia liberación hay un hombre que descubre que el camino hacia su propia libertad se ha hecho, gracias a esa mujer, un poco más fácil».

Sabiendo todo esto, ¿no estamos todas las personas obligadas a luchar por una sociedad más igualitaria donde ni unos ni otras pongamos en riesgo nuestra salud? Estamos seguras de que nuestra vida sería mejor.