Son las 6,30 de la tarde y me preparo para pasear con mi perro, Roque, un bodeguero andaluz de unos 11 años de edad que estaba abandonado cuando lo conocí por primera vez, ya que iba con la peña de amigos por la pedanía de Santo Ángel, y frecuentaba también las cercanías de parte de La Alberca. A los cuatro meses de conocerlo ya lo tuve a media pensión: algo de comida, agua y cariño. A los ocho meses llovía y eran las 12,30 de la noche, Roque estaba en la puerta y me hacía el triple salto mortal: una vuelta casi completa en el aire para car en el suelo. Se dio un trompazo fenomenal, porque llovía y resbalaba el suelo. Entonces lo pasé a la casa. Le dije: «Aquí vas a dormir. Esta será tu casa si te portas bien». Y al día siguiente amaneció donde lo dejé y de la manera que lo dejé, tapado con una manta y sin abrir los ojos.

Roque, que así le llamé muy pronto, estaba acompañado en casa de Luna. La perrita Luna, que estaba antes que él, era, por tanto, la que mandaba hasta ese momento. Roque se hizo de querer, por su simpatía, pero cuando me descuidaba se iba y volvía, estaba fuera nunca más de un día completo, pero algunas horas sí que lo hizo en varias ocasiones. Supongo que buscaba con quien dar una vueltecita, una novia o algo así.

Pasaron los años, Roque aún está por casa y ahora se va a dar una vueltecita y vuelve pronto siempre. Luna murió y Roque es más competente, y nos hace un poco de más caso, sin que pueda decir que lo hemos adiestrado.

Lo saco cuatro o cinco veces al día de paseo. El más largo es el de la tarde, de una media hora. Itinerario: salida de casa, altura del jardín de Los Naranjos, seguir por la calle de Azahar, que ahora ya huele porque ha empezado, aunque retraída, la floración de la primavera. Llego a la calle de la Luz, y bajo hacia el Ateneo, que así se llama el casino de Santo Ángel; vuelta, por calle Miguel Hernández hacia la calle de la Luz otra vez, y calle del Rosario, después hasta el centro social de Santo Ángel, y a bajar por cualquier calle de aquellas que terminan en Los Naranjos, hasta mi casa otra vez.

Estos paseítos de primavera (aunque algo retrasada, ya ha comenzado) le sientan bien a Roque y a un servidor, nos mantienen en forma y Roque se hace más sociable cada día con otros perritos con los que se cruza por el camino.