Un día de esta semana, dejé el bullicio de las calles en plenas fiestas de primavera de Murcia, y me fui de cultura al Almudí y al Ayuntamiento de Murcia. Me explico: En el Almudí exponían los hermanos José Francisco y Antonio Aguirre, en su ciudad natal, exposición coordinada, junto a Miguel Ángel Aguirre, por Juan Bautista Sanz.

La muestra lleva por título el de Ilustración pintada. Pintura ilustrada. Y efectivamente, muy sorprendido por lo que veía pude comprobar ilustraciones y pinturas de ambos artistas de carácter muy onírico, ya que la obra pictórica es de pura belleza, línea y ensoñación surrealista.

Se trata de una obra extendida por toda la sala de columnas de El Almudí, de una muestra histórica que nos hace descubrir a dos artistas prácticamente inéditos y que se pueden considerar dos de los pintores e ilustradores murcianos más representativos del siglo XX. Ambos autores pertenecen a la llamada generación de la posguerra de Murcia, donde se hayan pintores como Molina Sánchez, Mariano Ballester y Carpe, y es la primera vez que exponen juntos en Murcia.

Seguía el bullicio, y yo no salía del palacio. Subí a la primera planta y pude ver otra exposición de Nono García, con su muestra Pátina del tiempo. Pintor muleño que nos presenta docenas de relojes en desuso, en un realismo simbólico de historias y naturaleza que ya conocíamos por su similitud de su anterior exposición La espera.

De allí, me pasé por el Ayuntamiento de Murcia. Quería ver la exposición preparada por Martín Páez, Murcia: una generación de escultores. El título es tan verdadero como la exposición, que nos muestra en breve pero intensamente el genial trabajo de nuestros artistas.

Volví a ver a José Planes, sin duda para mí el mejor escultor de aquella exposición y el más internacional también. Ahora no haré un resumen de su obra, pero quiero significar también que me volví a encontrar con mi amigo Pepe Hernández Cano (´Pepe el largo´), ante una muestra llena de curvaturas suaves. Y pensé que era verdad: Pepe, como hombre y pensador, tenía ideas de guerrero ecológico y, sin embargo, su obra ahora estaba en el enclave de un fino escultor lleno de dulcificación plástica tanto por su estilo como por la obra propuesta en las mujeres que se nos muestran.

Imposible resumir aquí, aún más, las magníficas exposiciones que presencié esa mañana, sobre todo porque tendría que hablar de los escultores González Moreno, Antonio Campillo, Francisco Toledo, José Molera, José Carrilero y José Toledo; pero me alegré de haberla cambiado por el zarangollo y el vino tinto (que ocasión habría para ello después), porque con la ayuda del arte y la compañía a las exposiciones de mi amigo Pedro Fernández, me llené de luz y de serena inquietud ante tanta y particular belleza de nuestros artistas.