¿Se acuerdan de Gabriel? Igual a algunos les cuesta asociar este nombre al ´pececito´, al niño almeriense de 8 años al que, presuntamente, estranguló la novia de su padre, a pesar de que ocupó durante semanas las portadas de los medios de comunicación y nuestros corazones. Dicen que el tiempo lo cura todo y no pretendo resucitar demonios, pero cito el caso de este pequeño, porque hace ya bastantes días que mi hija, de tan solo cinco años, regresó a casa muda, seria y muy asustada. Costó un poquito que nos explicara el motivo, pero, finalmente, se arrancó. Una compañera le había contado que una mujer muy mala había matado al niño Gabriel.

Hasta ese momento, no sabía nada del asunto, pese a que era el más mediático desde hacía días. Y es que tengo la determinación de no ver ni un solo telediario con mis hijas, porque no creo necesario que con 5 y 7 años tengan necesidad de ver que asesinatos, secuestros, violaciones, maltratos, atracos y robos de guante blanco copan la práctica totalidad de los noticieros. Soy consciente de que muchos dirán que esa es la realidad, que el mundo en el que vivimos es así y que no tiene sentido ocultárselo, sino que debemos ayudarle a enfrentarse a él. Estoy completamente de acuerdo, aunque considero que cada cosa tiene su momento y que la realidad es tan aterradora que si se la mostramos a nuestros niños de golpe, no la soportarían.

Traté de tranquilizar a mi pequeña, le dije que hay algunas personas malas, pero que a ella no le va a pasar nada, si obedece a mamá y a papá y no se acerca a nadie que no conozca. No lo conseguí. Se acostó casi temblando de miedo y se tapaba con el edredón hasta la cabeza. Se me ocurrió, entonces, ponerle un escudo protector. La maniobra consiste simplemente en pasarle la mano por encima desde la cabeza a los pies, a la vez que hago un ruido que pretende ser electrónico, como si la cubriera con una protección imaginaria. Funcionó. Se calmó y, al poco rato, se durmió. Creía que el tema estaba zanjado, pero la noche siguiente, tras cumplir con el ritual de antes de acostarse, se tumbó en su cama, rezamos el ´Jesusito de mi vida´, la arropé, le di un beso y, cuando me disponía a darme la vuelta para apagar la luz y entornar la puerta, me dijo con una amplia sonrisa: «¡Papá, el escudo protector!».

Ahora, lo reclama todas las noches. Les coloco a las dos ese escudo imaginario tan efectivo con la confianza y el deseo de que las proteja para siempre. Con mayor o menor acierto, me preocupo por su educación, por hacer de ellas unas niñas buenas, obedientes, responsables, respetuosas y generosas. Y aunque procuro que mi ejemplo les sirva de lección, a veces mis comportamientos no son precisamente ejemplarizantes. Aún así, convencido de que buena parte de su forma de ser en el futuro depende de lo que vivan, vean y compartan en casa, resulta frustrante comprobar que el comportamiento de los adultos, en general, está más que lejos de corresponderse con el mensaje que les lanzamos continuamente a nuestros pequeños cuando les decimos que tienen que portarse bien.

Porque ya me dirán cómo protejo yo a mis pequeñas, si les aseguro que la puerta está cerrada con llave y que los malvados no pueden entrar, mientras grupos de asaltantes irrumpen de forma violenta en las viviendas de residenciales en Murcia con total impunidad. Me niego a que, a su edad, presencien tanta maldad, tanta miseria, tanto descontrol.

Porque estamos tan desnortados, que me planteo si podemos buscar refugio a tanto horror en la educación. Y no por las dudas (por decirlo suavemente) generadas por el supuesto máster universitario de la presidenta de la Comunidad de Madrid, sino porque alucino cuando a los alumnos de una Facultad de Física de Valencia se les ocurre la siguiente leyenda a modo de chiste para una camiseta en una fiesta: «Te voy a aplicar una fuerza, que te voy a dilatar hasta el tiempo». Puedo parecer exagerado y quizá sea sólo una gracia sin más, a la que no hay que dar tanta importancia. O tal vez explique en parte los alarmantes datos que los coautores del libro Todos contra el bullying revelaron en la presentación de esta nueva publicación esta semana en el colegio Franciscanos de Cartagena.

El abogado Antonio Casado expuso que la de Murcia es la región de España donde se registran más casos de acoso escolar y cifró la incidencia en un espantoso 11%. «Eso significa que, prácticamente, cuatro alumnos de cada aula sufren bullying», sentenció. Nosotros podemos seguir pensando que a nuestros hijos no les ha tocado ni les va a tocar. Menos mal que, ahora, contamos con la nueva obra de este letrado de Cartagena y la periodista María Zabay, que supone una gran ayuda para detectar y erradicar este auténtico problema social. Enhorabuena por ese magnífico trabajo y, sobre todo, gracias por esta magnífica herramienta.

Precisamente, en la presentación, se planteó la necesidad de dotar a los chicos de la autoestima y el valor necesarios para hacer frente a sus agresores, porque la vida real es así, porque el mundo de ahí fuera es cruel, porque la maldad existe. Así que, como el mundo es como es, los adultos tenemos la excusa perfecta para seguir compitiendo sin piedad, discutiendo sin sentido en lugar de buscar el acuerdo que nos beneficie a todos, dejando libres a quienes se fugan de la Justicia y se ríen de ella y ridiculizándonos e insultándonos porque pensamos y votamos distinto, porque tus presupuestos no valen y los que valen son los míos.

O podemos soñar con la utopía de que un mundo mejor es posible o, al menos, de que si nosotros no hacemos por cambiarlo, nadie lo hará, aunque sólo sea para que el porcentaje de quienes son acosadores desde niños no sea tan tremendamente horrible.

Yo, de momento, seguiré arropando a mis pequeñas antes de darles un beso y les colocaré el escudo protector para evitarles todas las pesadillas de las que sea capaz.