La presencia de las mujeres en los libros de texto sigue siendo minoritaria a pesar de que la legislación educativa aboga por la igualdad en los currículos académicos. Ni el Ministerio de Educación ni las comunidades autónomas han tomado las medidas necesarias para garantizar la presencia de mujeres en los materiales educativos y así cumplir con la Ley Orgánica para la Igualdad Efectiva entre Mujeres y Hombres.

Un estudio realizado por la historiadora Judit Gutiérrez, en colaboración con Mª Jesús González, destaca que la presencia de mujeres en solitario en los libros de texto no supera el 16,3% y el número de mujeres que aparecen con nombre propio es de 7,6% frente a un 67% en el caso de los varones.

Si nos centramos en los manuales de Historia, la mayoría de las mujeres nombradas son diosas, madres, reinas y esposas. Se trata, pues, de materiales que reflejan una visión parcial de la realidad porque continúa siendo androcéntrica, con modelos estereotipados, que imposibilitan reconocer la contribución de las mujeres. Algunas editoriales han incorporado de forma complementaria o marginal a mujeres cuyas acciones fueron determinantes para cambiar, o intentar cambiar, las bases discriminatorias de la sociedad. Obviamente, esto es mejor que nada, pero seguimos perpetuando patrones de desigualdad desde el sistema educativo si no incluimos a las mujeres en los contenidos y materiales educativos de forma sistemática, no al margen. Las mujeres no han estado, ni estamos, al margen de la construcción de la civilización.

Hay una creencia todavía muy extendida, que responde al profundo desconocimiento, que argumenta que hay que buscar con lupa a mujeres relevantes debido a que su papel durante gran parte de la historia estaba reducido al de madres y esposas, y que por eso no están en los libros de texto.

A pesar de las peores condiciones sociales, miles de mujeres han contribuido, desde siempre, a todos los campos del conocimiento; el problema es que lo que hicieron no pasó al terreno de lo escrito por el hecho de que la historia la escribieron personas con poder político y/o religioso, y las mujeres estaban excluidas de ambos. Y si en lugar de criterios sexistas se hubiese tenido en cuenta la igualdad de méritos, numerosas mujeres estarían en los libros de texto, con nombre y apellido. De haber primado el mérito, estudiaríamos a Hildegarda von Bingen, a Christine de Pizan y a Artemisia Gentileschi, por ejemplo. Una conocida editorial de libros de texto, ha considerado que solo dos artistas femeninas merecen aparecer en sus libros de la ESO: María Blanchard y Maruja Mallo. ¡Dos mujeres, desde el Paleolítico a nuestros días! ¿Cómo nos vamos a creer que la mitad de la población ha contribuido tan poco al conocimiento a lo largo de toda la historia? Poulain de la Barre contestó a esta pregunta en el siglo XVII: la mente no tiene sexo y todo lo que ha sido escrito por los hombres sobre las mujeres es sospechoso, ya que ellos son juez y parte. Y yo añadiría que lo que no se ha escrito es todavía más sospechoso. Existen abundantes estudios a nivel mundial sobre el papel de las mujeres en la Historia que han dado como fruto la posibilidad de hacer visibles a las mujeres y de que nos encontremos con su presencia y protagonismo en todas las épocas. Gracias a esta nueva mirada, capaz de detectar sesgos sexistas, se está construyendo una nueva historia con la voz y la palabra de las mujeres. Pero no debemos centrarnos únicamente en aquellas mujeres que resaltaron por sus actitudes intelectuales o su posición de poder, sino en las mujeres ausentes en la historia, porque esto nos va a permitir explicar la posición social de la mujer a través de los siglos y las relaciones de poder entre los géneros que la han determinado, y la siguen determinando.

Asimismo, es necesario dar valor a los ámbitos y espacios donde se han encontrado las mujeres tradicionalmente. La familia, lo doméstico, y los saberes asociados a esos ámbitos no deben ser menospreciados. Las mujeres, desde la Prehistoria, han ejercido funciones básicas para la supervivencia de la especie.

Uno de los ejemplos más claros de historia no contada es la del papel de las mujeres durante la Edad Media. Además de campesinas, maestras de oficios, abadesas, escritoras e iluminadoras, muchas mujeres tuvieron un papel muy importante en el campo de la medicina y de la farmacología y eran consideradas mujeres sabias, las brujas. ¿Cómo pasaron de ser consideradas importantes para la comunidad a ser perseguidas y aniquiladas? Las causas que motivaron el odio hacia las brujas son complejas, pero cuando surgieron las primeras universidades en el siglo XIII, las mujeres fueron excluidas y se les prohibió el ejercicio de la medicina. A partir de esta fecha se produce un retroceso para las mujeres en todos los terrenos.

Las brujas no han pasado a la historia por su valor, por su aportación a la sociedad, a la ciencia; han pasado como un icono de maldad que se ha transmitido de generación en generación.

Si se incorporaran los resultados de las investigaciones a los libros de texto, en los primeros temas de historia, se hablaría de que las pinturas rupestres no fueron realizadas únicamente por cazadores masculinos, sino también por mujeres, como demuestra el estudio realizado por Dean Snow de la Universidad de Pensilvania.

Esto no implica recargar los contenidos ni eliminar las contribuciones de los hombres, pero sí a revisarlos, a reflexionar sobre los cánones, los méritos o criterios que los han llevado a ser ejemplares y a tener el derecho a pasar a la historia y a estar permanentemente en los manuales de cada disciplina.

La forma y la frecuencia en que las mujeres aparecen en los materiales educativos reflejan el escaso valor que se le da a su papel, y esto significa una falta de reconocimiento, para ellas, y la pérdida de buena parte del acervo cultural común, para toda la sociedad.