El neo-nacionalcatolicismo está de enhorabuena en España. Estado y Religión, que nunca andan demasiado lejos el uno del otro en nuestro país, se reencuentran en Semana Santa con una fuerza inusitada para mezclarse, confundirse y hasta unirse indisolublemente. Quien mejor encarna esta simbiosis político-militar-religiosa es Cospedal, ministra de Defensa. Y no está sola. Tiene sus incondicionales en el gobierno de Rajoy y, cómo no, en sus correspondientes ramificaciones autonómicas y provinciales. Hasta tres ministros más, que sepamos, cantaron con ella el himno de la legión, y no durante unas maniobras militares del Tercio, como se podría esperar, sino en Málaga, y durante las procesiones pasionales, al unísono con los soldados que portaban el Cristo crucificado a mano alzada y entonaban «Soy un novio de la Muerte».

Hay imágenes que son de otra época, y quizá sea ésta una de ellas. Así lo ve nuestro paisano Joaquín Sánchez, el cura defensor de los pobres, los débiles, los que sufren. Por eso pone el grito en el cielo ante un amalgama que vista desde su fe (y desde la ética más elemental) constituye toda una aberración. La voz de Joaquín es una voz que siempre merece ser escuchada. Es una voz genuina, bienhechora, que surge del cristianismo más comprometido con el pueblo, con la gente. Para él: «Jesús sigue siendo crucificado en los parados, en los trabajadores precarios, en las personas explotadas y oprimidas, en los mayores que no tienen una pensión digna, en los que no tienen ayuda en dependencia que les permita una vida en calidad, en las familias desahuciadas, en los que mueren por causa de cualquier tipo de violencia, en los que se ahogan en el Mediterráneo ?»

Desde esa perspectiva humanista y humana del cristianismo, el exhibicionismo corporal y marcial de los legionarios portando entre fusiles la imagen del Cristo yacente es a todas luces incompatible con un desfile pasional. Así lo entiende Joaquín, y así lo entienden muchos cristianos. Mucho más cuando parte del poder civil está ahí para bendecir el desafuero. Es como si el nacionalcatolicismo, que durante tantos años fue báculo y sostén de la dictadura, se resistiera a dejar paso al Estado aconfesional que es el que consagra nuestra Constitución.

No hay más que ver a Cospedal desafiando la ley, al ordenar que ondee la bandera a media asta en los cuarteles militares por la muerte de Cristo, para entender que la separación entre la Iglesia y el Estado, una cuestión resuelta en otros países desde hace mucho tiempo, sigue siendo aquí en España una asignatura pendiente.

No sé si el fundamentalismo de que hace gala Cospedal decretando lutos en los cuarteles y ensalzando la muerte ante el paso del Cristo yacente le hace realmente un favor a la causa cristiana. Doctores tiene la Iglesia. Lo que si sé es que lo que busca la ministra es hacérselo a sí misma y a su causa política. Aunque con unos efectos muy limitados. ¿Novios de la muerte, estos neo-nacionalcatólicos «liberales»? Venga ya. ¿A quién quieren engañar con esa gestualidad de opereta? 'Novios del poder', eso sí. Dispuestos a instrumentalizar incluso, en los momentos más solemnes, los legítimos sentimientos religiosos de un gran número de españoles para alcanzar sus ambiciones políticas.