Hubo una época en que ir a los toros estaba bien visto. No digo yo que hoy no lo esté, solo que esa afición taurina ha decrecido muchísimo. Ya no acude la abuela del Rey de verdad con su hijo el Emérito a presenciar corridas de toros a Las Ventas ni a La Maestranza. Ya no hay pasodobles taurinos nuevos. Ya la gente joven no va a los toros. Ya por fin, incluso alguno de los más taurinos, no verían mal que se diera una vuelta de tuerca al reglamento taurino y se despachara al toro sin matarlo e incluso sin picarlo ni banderillearlo, a los toriles. Solo el espectáculo elegante y valiente de unos pases con capote y muleta que ensalcen la belleza del animal y lo artístico de un torero. Pero sin hacer sufrir al animal. Y decía en mi último artículo que el espectáculo taurino tal y como está ahora mismo, cumpliendo una tradición que por esa sola razón no debe ser razón bastante, aún no ha llegado a los tribunales europeos o al menos aún no existe pronunciamiento alguno que conozca sobre si deben o no prohibirse las corridas de toros en España o Francia.

Ese toro enamorado de la Luna es el que me gusta a mí y no el que sangra en los cosos taurinos. Y otro toro que me gusta es el llamado de Osborne y no de Bertín sino el de sus primos hermanos y el vino. Ese mismo toro que tradicionalmente (esta tradición sí tiene sentido) se asomaba a la ventanilla de tu coche desde lejos para decir aquí está la marca España. Negro, zaino y con buenos atributos, te hacía sentirte orgulloso de ser español. Sin embargo, un día poco agraciado a alguien se le ocurrió que como podía distraer a los conductores, debía desaparecer de nuestros montes y aledaños en las carreteras nacionales. Los Osborne afectados invocaron al patriotismo español y España, que es muy madre, no sólo los acogió sino que también hizo suya la afrenta y reivindicó su permanencia en las carreteras, y volvió a ellas ese toro con su porte impresionante. Entonces, los más listos del lugar decidieron que si es símbolo de España, cualquiera podía a negociar con el toro, y se pusieron manos a la obra a fabricar pins, camisetas, llaveros, perfumes, prendas de vestir, calzado al por mayor y al por menor... Pero como eso ya no estaba escrito en el guion de los Osborne, acudieron a los jueces, y el Tribunal Supremo finalmente les dio la razón. Solo ellos (los primos de Bertín) pueden hacer negocio con la imagen del toro de Osborne.

Y ahora una historia similar llega a Europa y el Tribunal General de la Unión Europea sentencia que Osborne no tiene exclusividad sobre la marca Toro. Hace ya seis años el alemán Ostermann pidió a la oficina de Propiedad Intelectual de la Unión Europea que registrara Dontoro, unos productos para mascotas, prendas de vestir y servicios de publicidad en línea, y se la aceptaron en parte. Finalmente, resolvió ese Tribunal Europeo que entre Toro y Dontoro no hay más que un cierto grado de similitud gráfica, pero debido a la presencia de elementos adicionales, los signos enfrentados son escasamente similares a nivel fonético. En consecuencia, no hay riesgo de confusión entre ambas marcas ni siquiera en español e italiano, que son los sonidos más parecidos, puesto que aunque el elemento denominativo 'toro' constituya la marca del Grupo Osborne y conserve una posición autónoma y distintiva en la marca de Ostermann, esta única similitud no compensa por sí sola las diferencias existentes.

Conclusión: La vida es como un toro, que más vale que no te pille.