¿Apoyas que Podemos se presente a las próximas elecciones europeas en coalición con las fuerzas políticas aliadas del espacio del cambio y con la palabra Podemos formando parte del nombre de la candidatura?¿Apoyas que Podemos se presente a las próximas elecciones (autonómicas / municipales) en coalición con las fuerzas políticas aliadas del espacio del cambio y con la palabra Podemos (en los idiomas que corresponda) formando parte del nombre de la candidatura?

Si a un votante de la izquierda se le pregunta si prefiere la unidad electoral de todas las opciones que se reclaman de esa tendencia responderá espontáneamente con un sí. Pero es probable que reflexione inmediatamente después y tal vez le asalten dudas. La unidad de la izquierda es un oxímoron. Lo habitual, si miramos el histórico, es que todo intento de convergencia se resuelva con una mayor atomización que con la que se inició.

Durante estos días, Podemos está realizando una consulta, mediante encuesta telemática, a sus bases (militantes y simpatizantes) acerca de si prefieren enfrentar las citas electorales de 2019 en coalición (como en las últimas generales) o, en caso contrario, debieran presentarse en solitario y con sus propias siglas, sin añadirles algún apellido. Lo primero que llama la atención es la redacción de dichas preguntas, resumidas en la cabecera de este artículo, en la que indudablemente hay una inducción descarada. Queda claro que la dirección del partido pretende que la encuesta ratifique el modelo coalición.

¿Qué son ‘las fuerzas aliadas del espacio del cambio’? La primera construcción (‘fuerzas aliadas’) advierte sobre que la coalición ya existe, de modo que rechazar el modelo supondría retroceder de un territorio ya conquistado: ¿quién se atreve a renunciar a la ‘unidad’ cuando ésta ya aparece construida? A esto se añade el concepto de ‘espacio del cambio’, una abstracción en la que se subsumen implícitamente las palabras ‘izquierda’ (es decir, IU) y ‘nacionalistas’ (es decir, los grupos independentistas de varias autonomías). El ‘cambio’ es un desideratum que también manejan el PSOE y Ciudadanos, pues en realidad consiste en sacar al PP del poder, pero que Podemos enuncia para evitar las precisiones que, sin embargo, se sobreentienden. Cuando en la pregunta se indica que «Podemos formará parte del nombre de la candidatura» se intenta consolar a la militancia: la marca permanecerá, aunque por deferencia a los aliados deberá llevar algún añadido, si bien como en el caso de Unidos Podemos, el ahora vigente, no refuerza la marca de ninguno de ellos. IU, por ejemplo, no existe nominalmente desde que se coaligó con Podemos, salvo por la presencia física de Alberto Garzón, que remite vagamente a un partido distinto a Podemos, pero con diferencias imprecisas, apenas entrevistas durante los momentos clave de la crisis catalana.

En realidad, la pregunta de Podemos a sus bases es lo que se denomina una ‘pregunta trampa’, planteada desde un punto de vista, como en su día fue la tan criticada del referéndum OTAN o la más reciente de la consulta sobre la independencia de Cataluña. La pregunta de la dirección de Podemos aprende de esos recursos crípticos y reproduce con claridad la posición de la dirección, nada neutral en el asunto. Hay en esos interrogantes, repetidos con leves matices para cada una de las elecciones que vienen, una mano invisible que conduce a la del simpatizante consultado a que pulse el ratón de su ordenador en la casilla del sí. Sólo falta que una vez que lo haya hecho aparezca una burbuja en la pantalla que celebre la decisión con un banner en que pueda leerse: «Pablo Iglesias te felicita por acertar la respuesta».

Por si hubiera dudas, el pasado viernes, los protagonistas del ‘pacto de los botellines’, Iglesias y Garzón, firmaban en el órgano oficial podemita, Público, un artículo con el título Unidad para transformar y ganar, que advierte a ‘las bases’ sobre el camino a seguir en la consulta. La plantilla del texto, como puede deducir cualquier hermeneuta de estas retóricas, pertenece a Garzón, que suele escribir en largo y ajeno a la pereza, e Iglesias ha introducido, sin duda, los matices y correcciones como buen guardián de la ortodoxia. Cuando los líderes de los partidos muestran previamente su posición acerca de lo que interrogan a los militantes añaden estrés a la consulta, y en las respuestas decae el espíritu de libertad, ya que quien ha de ofrecerlas puede temer que, si la mayoría se sale de lo inducido, el resultado provoque una crisis de liderazgo. En ese momento la consulta resulta inútil, pues tiene que surgir de ella lo que ha prescrito el líder o de lo contrario éste dimitirá. Y así la consecuencias resultarán graves para la estabilidad de la organización, en vez de aclaratorias sobre el futuro de sus estrategias.

Pero lo importarte: ¿es productiva electoralmente la unidad de los partidos de izquierdas? La experiencia reciente conduce a la duda. En las penúltimas elecciones generales, IU, que se presentaba en solitario en pleno auge de Podemos, cuando éste aspiraba al sorpasso al PSOE e incluso a la mayoría sobre el PP (una encuesta de Prisa llegó a pronosticarlo), mantuvo una menguada representación parlamentaria, pero tan menguada en su proporción como la del PSOE. En las siguientes elecciones, ya en coalición con Podemos, los candidatos de IU sobrevivieron en similar escasez, pero el partido en que se empotraron perdió un millón de votos, justo los que se suponía que iba a añadir IU a los que anteriormente recabó. Puede que ese desfondamiento de Podemos se debiera a que renunció a apoyar a un Gobierno socialista, pero a la vista quedó que su alianza con IU no fue, en la práctica, un valor electoral añadido. Por tanto, la suma de Podemos más IU no ha reproducido la de los votos con que ambas formaciones partían. En cuanto a las ‘convergencias’ nacionalistas, tres cuartas partes de lo mismo; más bien cabe apreciar que el impulso político de éstas en cada una de las autonomías en que tienen presencia ha desdibujado la imagen de Podemos ante los votantes que empatizaron con ese partido por sus virtudes de origen, que podrían resumirse en clave 15M: democracia real (regeneracionismo) y justicia social (recuperación de la política contra ‘las cosas son así’). Las derivas nacionalistas han acabado caricaturizando esos propósitos y, por tanto, reduciendo el respaldo electoral, e IU, con su hoces y martillos y sus banderas republicanas no ha abierto camino a las demandas de resolución de los problemas, sino añadido más esquematismos autorreferenciales, muy cómodos para el staff dirigente, pero insolventes para integrarse en la sociedad compleja en que conviven en unas mismas personas los impulsos conservadores y de cambio.

La síntesis Podemos-IU solo es factible para algunos idealistas o voluntariosos. Hablar con simpatizantes, e incluso dirigentes, de unos y otros ofrece claves sobre un desencuentro estructural que, como tal, no puede transmitirse armónicamente al conjunto de la ciudadanía. Podemos surgió agrediendo a IU hasta pretender suplantarla, e IU envidia el papel y la hegemonía de Podemos, obtenida a través de unas artes que aquellos entienden que tuvieron a mano si no se hubieran dormido por inercia institucional. Los partidarios de Iglesias desdeñan a Garzón, y los leales a éste creen que cumpliría mejor que aquél el papel de líder de la izquierda. Entretanto, IU ha sido engullida por Podemos, al menos de puertas hacia afuera, hasta el punto de ser una fuerza innominada en los debates actuales, solo salvada por la imagen de Garzón.

En Podemos no se admite a otro interlocutor que no sea éste, pero las bases de IU no quieren saber nada de Podemos a no ser como plataforma circunstancial. En la Región de Murcia es especialmente visible la fractura, pues la mayoría que sustenta Podemos es alérgica a lo que representa IU, y ésta se identifica mejor con el sector más revoltoso de aquel partido, como el de los llamados ‘anticapis’. La de los ‘anticapitalistas’ es una facción muy curiosa, pues debe ser la primera en la historia reciente de la democracia española que se define ‘a la contra’ en vez de titularse de manera propositiva: ¿de qué es pro un anti? Capitalismo es una palabra antipática a la sensibilidad de izquierdas, pero encoge el corazón las que puedan proponer como alternativas, de modo que, tal vez a sabiendas de esto, se quedan en el ‘anti’. Ese sector, y esto da idea de la complejidad interna de Podemos, es propicio a IU en la Región de Murcia, es decir, está en la línea de Iglesias, pero en Andalucía, por ejemplo, donde es mayoritario, está a punto de convertirse en una ‘convergencia’ más, en contra de la unidad territorial que pretende el líder en aquellos espacios no tomados por regionalismos con ínfulas nacionalistas. Lo cual también es indicativo de que el liderazgo de Iglesias está cogido por los pelos mediante el procedimiento de aglutinar unas cosas y sus contrarias aquí y allá, y esto influye en la percepción de un discurso central que pocas veces satisface en las periferias o resulta coherente en éstas.

En definitiva, Podemos ha llevado a cabo una operación aparentemente paradójica: concentración del poder orgánico al estilo leninista y dispersión de los núcleos que convergen en ese partido, hasta el punto de que cabe cualquier cosa por muchas contradicciones internas que se acumulen. Esto último suele ser práctico en las fases de formación, ya superadas, pero fatal en las de afinación, en las que la ‘nueva política’ ya ha experimentado un considerable desgaste.

A efectos de la Región, cabe preguntarse si en caso de que se produjera un rechazo a la coalición con IU, que es lo que la mayoría que reeligió recientemente secretario general a Oscar Urralburu votará, podría desvincularse de la mayoría nacional que, sin duda, se pronunciará por mantener el esquema Unidos Podemos. ¿Qué nivel de autonomía tendría Podemos en la Región dentro de un partido que defiende en otras Comunidades algo más que la autonomía, y no solo en su organización sino para el conjunto de la sociedad? Y ¿qué repercusión tendría esto en Ayuntamientos como el de la capital, donde los grupos Ahora Murcia (Podemos) y Cambiemos Murcia (IU) parecen irreconciliables a pesar de algunas coincidencias lógicas? ¿Sería posible una marca del tipo «Cambiemos Murcia, Ahora Podemos»?

Lo que de momento queda claro es que la democracia participativa que los partidos nuevos, como Podemos, venían a traer se va quedando en simulacro con consultas de resultado previsible a través de preguntas-trampa y de posiciones inductoras de los dirigentes centrales. Es decir, lo de siempre.