Se habla de flores, de luz, de rasos y terciopelos durante cada momento de cada procesión, a veces incluso ignorando el sonido que envuelve las calles del centro de Cartagena durante su semana grande. Pero lo conocemos, sabemos por qué es importante y por qué nos traen a la mente las mismas emociones año tras año. Y es que no es cualquier tipo de música que podemos escuchar en las sintonías de las diferentes emisoras de radio. Tampoco ningún éxito discográfico o canción pegadiza que oímos en un anuncio publicitario en televisión que se nos queda en la mente, y tampoco son los populares villancicos navideños que oímos y oímos hasta el cansancio.

No, no es nada de eso. Son sintonías que tienen la capacidad de alterar nuestras emociones, que tocan esa fibra sensible durante esos diez días especiales. Y especiales...

Porque las seguimos escuchando en nuestras cabezas, rememorando momentos de pasión y añorando los tercios de penitentes y las imágenes que marchaban en orden al son de su compás.

Porque sí. La música hace su papel. Y tanto que lo hace. Se adecua a cada paso, ya sea con una banda que acompaña a los tambores y nazarenos, o un grupo de cuerda que acompaña a un Cristo yacente, o el mismo silencio, en el que la ausencia de música ya marca un propio son, uno diferente, sin el cual no entenderíamos la solemne procesión del Jueves Santo.

Porque cada uno tiene su papel. Y es que la música nos va acompañando durante cada uno de los diez días grandes de nuestra Semana Santa. Hablamos del clarinete que sopla a través de su fina caña de madera la primera nota musical de la Llamada, cada Miércoles de Ceniza, acompañando a los cartageneros a anunciar que el milagro se revive de nuevo, pasando a las procesiones, donde instrumentos de viento, cuerda y percusión se combinan en armonía para generar la melodía perfecta. Y acabando el alegre y vivo Domingo de Resurrección, mañana que la música suena de otra manera, con otra tonalidad, ya que es un día para estar alegre. El ciclo se ha completado, y la última nota de cada instrumento, ya sea un fa sostenido o un do, se confunde con el inicio de la tradicional salve cartagenera a la Virgen del Amor Hermoso, la última, y en la que sin darnos cuenta, es la gente de la calle la que marca la melodía.

Porque no entenderíamos nuestra semana grande sin esa melodía. Una melodía que es, en realidad, resultado de los distintos instrumentos que acompañan a cada agrupación por las calles del recorrido. Son instrumentos de madera, que con su sonoridad contenida y sutil aportan ese carácter íntimo y lírico a la procesión, interfiriendo entre los fragmentos fuertes y solemnes de los metales. Son las cuerdas, muy agradables al oido, las que aportan unas propiedades especiales, un timbre especial, dulce y suave, solo interrumpido por las pulsaciones de los xilófonos u otros instrumentos de percusión.

Y es que se pretende apreciar el colorido de estas marchas con otros instrumentos. Cada instrumento posee su característica de intensidad, tono y timbre. Y ese es el reto de la orquestación, la creación: una mezcla única de instrumentos diferentes que marcan esa diversidad de sonidos, de colores, armonía y equilibrio a la vez que la diferenciación de los grupos instrumentales.

Porque sí, porque es cuestión de música, porque juega ese papel fundamental que nos hace escuchar las marchas del Jesús o de la Soledad hasta más allá de la quinta semana de Pascua, y que nos hará recordar por qué elegimos escucharlas cada año al son del compás de un tambor con sordina.